Marisol

 

Fontanera

Tashkent

´91

´93

506

             

 

Marisol Fontanera era una chica peculiar, alegre y campechana. Enseguida, a la primera de cambio, sacaba a relucir sus carcajadas limpias y estentóreas… Contagiaba vitalidad.

Había sido compañera docente de Valentín Hermano y Nini Resús, creo que en alguna empresa de Tashkent. De ahí quedó entre ellos una amistad que más tarde hizo desembocar a Marisol Fontanera un verano en Kagan. Valentín Hermano le pidió ayuda para la reforma del baño de aquel piso ancestral que me propuse restaurar durante el verano con mis ahorros de funcionario: tuberías, suelo y algo de mobiliario.

Marisol Fontanera se prestó al asunto sin problemas. Ella era así, “echá p’alante” en todos los aspectos de la vida. Tuvimos nuestros problemas técnicos, pero siempre entre buen humor. Cualquier contratiempo a su lado no pasaba de ser eso… nada de cargas dramáticas…

Aunque su presencia no tenía para mí componente sexual alguno[1], era una de esas personas que toma la sexualidad como algo natural y divertido. Si se da, se disfruta, simplemente. Entre nosotros no se daba.

Lo contaba así. Entre risas explicaba sus experiencias en el Caribe. Lo diferente que se ve el mundo desde allí. Terminaba el discurso anunciando su frase lapidaria. Como una ley ancestral que hubiera venido a tomar forma de palabras, aunque estuviera cargada de una sensualidad difícilmente explicable: “una mujer no es completa hasta que un negro no se la meta”. Incontestable, directamente. Escuchándola hablar con ese desparpajo y soltura, sin prejuicios ni puñetas, parecía que el mundo debería ser así simplemente, sin más ni más. Para mí suponía un auténtico contraste con la forma que tenía de ver la sexualidad mi pareja de entonces, Dolores BABÁ: la noche y el día.

No recuerdo por qué casualidades coincidimos Marisol Fontanera y yo en una excursión a Gazli. Allí me presentó a un amigo suyo, minero y sindicalista… Un tipo agradable y de trato fácil con el que compartimos alguna noche de copas Valentín Hermano, Marisol Fontanera y yo.

Poco más podría añadir a este bosquejo de una personalidad de la que tendrían mucho que aprender la mayoría de los mortales. Marisol Fontanera era una chica con las ideas claras y el humor a flor de piel. Si bien es cierto que por su educación y formación quedaba muy lejos del perfil ideal para mis inquietudes intelectuales, también lo es que he conocido poca gente con tan pocos prejuicios y cargada con tanta energía positiva. Con Marisol Fontanera la cerveza o la sidra eran algo natural, complementario del aire. Sin ese componente trágico o socialmente cargante del que se revisten en algunos entornos.

Cuando Marisol Fontanera se marchó definitivamente sin duda el mundo perdió una buena parte de positividad… y quizás de eso mismo se alimentó la enfermedad que acabó con Marisol Fontanera, el “cancerazo” como ella lo llamaba.

Tras su partida, la presencia de Marisol Fontanera se tornó una gran ausencia. Sobre todo la que sufrió Felipe Tango4, su pareja. Ni siquiera el tango de su contrabajo pudo llegar a consolarle. Como una forma gráfica de escapar gracias a la obsesión creativa, Felipe Tango4 se refugió en los fractales… Ese mundo infinito que resulta ser más que nada un dibujo de la risa[2], cuyo eco sin duda recuerda siempre la imagen de una Marisol Fontanera cargada de efluvios sonoros: casi involuntaria e imperceptiblemente trasladaban al interlocutor hasta el Caribe…



[1] Desde ese punto de vista no me atraía. Simplemente no existía.

[2] En el sinónimo que Marisol Fontanera utilizaba: “la descojonación de Espartero”.

 

 

Sonido

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