Pablo

ÁLGIDO

   

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Pablo ÁLGIDO era el Jefe del Departamento de Plástica cuando llegué como profesor al Instituto Fortaleza, a las afueras de Djizaks. Muy probablemente ha sido el mejor compañero de trabajo que he tenido: camarada, cómplice, confidente, cercano, tolerante… y un sinfín de características positivas reunidas en una misma persona. Inquieto y con ideas, Pablo ÁLGIDO iba más allá de la figura de profesor: era un artista y no podía esconderlo, aunque tampoco lo pretendía.

El día que me presenté ante él a principio de curso y le expliqué que mi licenciatura era en Filosofía, en un arrebato de sinceridad, su respuesta fue una pregunta: “¿Pero qué nos han mandado aquí?” No supe responderle con palabras, pero con el paso de los meses la cosa cambió totalmente; creo que le hizo llegar a arrepentirse de aquella afirmación escéptica.

Entre Nuria Fortaleza (la otra componente del Departamento), Pablo ÁLGIDO y yo constituíamos un equipo inigualable, un triunvirato ganador. Compenetración y creatividad.

El colmo fue la semana cultural del Instituto Fortaleza durante el año ’96. Nos esmeramos y la cosa salió inmejorable[1].

Durante muchos años llevé uno de los jerseys de Pablo ÁLGIDO. Me lo revendió por ser un producto recién comprado que no le satisfacía. Pero ya estaba magnetizado de su genio y me sirvió como inspiración mientras me dediqué a las Artes plásticas. Fue una inexplicable ayuda, un refuerzo positivo en el plano espiritual; sin duda, como materia contagiada por su capacidad creadora.

Juntos compartimos grandes momentos:

1)          Docentes: planificando y enriqueciéndonos mutuamente con nuestras almas.

2)          No docentes: copas, charlas, recuerdos ajenos[2], proyectos bosquejados entre ambiciones de camaradería, confesiones de renuncia[3].

Durante una noche inolvidable, tomando cañas por Djizaks, Pablo ÁLGIDO y yo conectamos en un plano inmaterial, imposible de transmitir con palabras… sin ellas, su espíritu me cantaba: “Tú que puedes, vuélvete… me dijo el río llorando” –traduciendo a energías una complicidad con ecos de Atahualpa Yupanqui. De alguna forma, Pablo ÁLGIDO intentaba legarme unos aprendizajes para que yo no cometiera errores de los que él se arrepentía… No sé si he llegado a conseguir asimilarlos.

La última vez que nos vimos era el ’98… yo veraneaba por Qûqon acompañado de Jacinta HUMOS. Ahora, navegando virtualmente, se le puede ver por Internet organizando concursos, exposiciones… en fin, todo lo que un artista lleva dentro, eso por lo que el mundo debería saludarle a su paso.

No he visto más luz en un sitio que la que atesoraba el estudio del pueblo de Qûqon en el que vivía… Y eso que aún no tenía el sol de sus cuadros. Sin duda Pablo ÁLGIDO gana la batalla cotidiana contra la oscuridad.




[1] Véase 129

[2] Había sido compañero de Nini Resús en Tashkent, en los ’80… Éste le dejó encerrado fortuitamente una noche en el instituto donde trabajaban.

[3] Como el pacto-sacrificio que habían hecho Pablo ÁLGIDO y su mujer: ella renunciando a la pintura para dedicarse a las niñas… A mí me recordaba a la supuesta espera que consume al llamado Tercer mundo respecto al primero: un “más adelante” que nunca llega.

 

 

Sonido

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