DJIZAKS

DJ - 3.

Curro

de Djizaks

Instituto  Fortaleza

1995

129

 

 

Aquello parecía un trabajo normal, ni más ni menos. Comparado con el curso anterior, en el exilio de Angren, el día de la adjudicación de interinidades en Djizaks resultó un puro trámite. Quedarse en Djizaks, disfrutar la capital… resultaba un lujo tras haber estado condenado durante un año a la lejanía de todo.

Pero el Instituto Fortaleza, aunque se encontraba en un barrio periférico, no era “otro mundo” como ocurría con el valle de Angren. En Djizaks yo veía la vida de distinta manera: trabajo de lunes a viernes y sólo por la mañana ¡todo un lujo!

Presentaciones de rigor al empezar el curso y arrancando que es gerundio; además sólo tendría que impartir Plástica y Artesanía[1], con la ventaja añadida de que ya no iba partiendo de cero. Tenía como experiencia todo el trabajo hecho en Angren: cortar y pegar muchas veces, coser y cantar casi siempre.

La plantilla del centro era totalmente normal, con sus más y sus menos, como siempre en cualquier parte. Pero ninguna patología reseñable a simple vista. Al menos al principio no detecté nada preocupante.

El Departamento fue como la seda durante todo el curso… tanto es así que al llegar la Semana Cultural, Pablo ÁLGIDO coordinó alrededor de la figura de la vaca todas las actividades directa o indirectamente relacionadas con nuestras asignaturas. Decorar el centro fue al final lo menos llamativo de todo… y no se quedaba atrás. Además, en coordinación con otros Departamentos del Instituto Fortaleza, la vaca llegó a ser convertida en un elemento transversal capaz de aunar conocimientos de forma dinámica.

Planificamos todo lo que nos correspondía y sugerimos mucho de lo que no. Durante una histórica reunión integrada únicamente por nosotros tres, el Departamento de Plástica: Pablo ÁLGIDO, Nuria Fortaleza y yo. Fue un día inspirado, sin duda; aparte de las típicas y previsibles actividades[2] propusimos lo que después se convirtió en un recuerdo imborrable. Un póker de ases, que era lo que caía bajo el siguiente título: “la vaca, la beca, la boca y la bicoca”.

Cada una de las cuatro actividades que ideamos era más iconoclasta y rompedora que las anteriores, pero sin salirse de las normas o lo permitido.

La vaca consistió en acercar la realidad de la ganadería a la vida del centro. Pablo ÁLGIDO y sus contactos llevaron una vaca de verdad, de carne y hueso, una mañana para que la paseáramos por la planta principal del Instituto Fortaleza (exteriores e interior) poniendo patas arriba el centro y su organización por lo extraordinario de la actividad. Al tiempo que inofensivo, impactante y pedagógico.

La beca fue algo menos llamativo, aunque también tenía su carga simbólica: consistía en imponer bandas conmemorativas en papel, al estilo de la imposición formal de las ceremonias al uso. No recuerdo si esta actividad llegó a realizarse realmente (quizá sí, pero yo estuviera enfermo, no lo sé). Tampoco importaba mucho: era la menos transgresora y trascendente, algo desmotivadora.

La boca resultó toda una revolución en el Instituto Fortaleza. Repartimos un par de miles de pegatinas en tamaño 6x4 cm. aproximadamente: colores blanco, rojo y verde fosforito, cuya decoración eran unos labios femeninos estampados en fotocopia. Aquello fue una locura, porque sólo había dos normas: respetar el centro[3] y que una vez puestas, no podían quitarse. Así era el juego: ni qué decir tiene que tuvo un éxito rotundo, apabullante.

Aquella mañana el Instituto Fortaleza entero fue un ir y venir de besos que contagiaban el buen rollo a mansalva. La carga erótica y/o sentimental del asunto, mezclada con el tema hormonal, convirtió la mañana en inolvidable para aquel público.

Claro que hubo quien le buscó aplicación práctica. Por ejemplo, a mí me estamparon una pegatina en la boca y tuve que dar las clases sin palabras (habladas)…

Cuando en el descanso de media mañana llegué a la Cafetería para tomarme una manzanilla[4], a mi lado el profesor de Educación Física (tan estirado como clasista), me quiso quitar la pegatina: según él no podía permitirse semejante falta de respeto. Se lo impedí. No iba a violar yo unas reglas que habíamos impuesto desde el Departamento de Plástica… . El resto del día impartí las clases con gestos y por escrito.

La bicoca: durante las semanas anteriores habíamos pedido a cada alumno algo de dinero prestado para realizar una actividad (sin decir en qué consistía), con el compromiso de devolvérselo. Así fue: la mañana en que se llevó a cabo el asunto de la bicoca, subimos a un tejado plano y bajo del primer piso, que estaba junto a las pistas deportivas… Con todo el dinero en calderilla (monedas de 2 céntimos de euro), desde allí las tiramos previo aviso hacia el patio[5]. Actividad realizada, dinero devuelto y centro revolucionado. Impecable, lúdico, intachable: atronador.

El éxito no pudo ser mayor: los chavales se pegaban por recoger el dinero, entre nuestras risas y el regocijo de todo aquel que huya de los actos institucionales rancios y estirados. Nos metimos a la concurrencia en el bolsillo (igual que ellos la calderilla), por haber sido capaces de poner el Instituto Fortaleza patas arriba: trastocar las dimensiones de manera pacífica y divertida.

Si a esto añadimos todas las actividades típicas: concursos, conferencias, etc. no hace falta decir que fue una semana redonda, memorable.

Sin embargo en el Instituto Fortaleza no todo era cielo límpido: también había nubarrones. Uno de los peores, la indisciplina de los elementos incómodos de la clase (que siempre los hay). Chavales problemáticos empeñados en reventar la dinámica académica. Por lo general era relativamente sencillo hacerles un poco de caso y darles un trato especial a caballo entre la complicidad y el reparto social de papeles. Lo que se llamaba “adaptación curricular” en la jerga pedagógica al uso.

Pero entre ellos había un grupo en el que concurrían dos elementos especialmente preocupantes, por hacer piña en la misma clase. Base potencialmente pandillera que hacía imposible dar las clases con normalidad: Luisja Fortaleza y el Piraña. Ambos procedían de hogares problemáticos y tenían difícil solución, por no decir imposible. El Piraña estuvo poniendo a prueba las clases durante todo el curso. Yo se lo perdonaba ¡qué remedio! porque era una víctima, aunque él mismo no comprendiera el alcance del asunto ni mucho menos fuera capaz de sustraerse a semejante determinismo.

Otro asunto de “mal rollo” fue que en el Instituto Fortaleza me nombraron (por sorteo, según parece) instructor de un expediente disciplinario a una alumna por haber agredido a otra. En principio me negué por principios, pero la cosa pintaba mal. Según me informó mi asesor jurídico[6] tenía las de perder si me negaba realmente; así que hice lo que tocaba: cubrir el expediente (nunca mejor dicho) con una actuación neutral y sin tomar partido, pero respetando al menos en apariencia la letra de la ley.

Recogí los testimonios de las implicadas, como era preceptivo, para después presentarlos formalmente. Eso sí, manuscritos con tinta lila, sobre folios reutilizados por el reverso de fotocopias del Boletín Oficial. Con una “propuesta de resolución” que citaba a Silverio Lanza y su famosa frase: “¿Acaso existe algún otro castigo que el perdón?” Con ello me quitaba el muerto de encima sin hacer de juez[7], echando balones –valores– fuera.

Lucas Secretario me felicitó irónicamente por mi ecologismo reciclando papel. Y como colofón: en la última reunión del Claustro estuve cortándome las uñas allí mismo, entre debates y caras de sorpresa. Un símbolo: declaración de buenas intenciones y no dar más guerra[8]. Así acabó mi carrera como juez (antes de empezar, incluso), para la que no me falta talento, aunque sí vocación.

Durante aquel curso tuvo lugar otro episodio entretenido y curioso: tuvieron lugar las elecciones generales a nivel estatal; aquello me pareció perfecto como solución idónea para suicidarme políticamente de por vida[9]. Así que para allá que fui, lo que dio como resultado de rebote un permiso de quince días en mi trabajo de profe para hacer campaña electoral (algo que desconocía en el momento de apuntarme como voluntario). Era la guinda para aquel pastel de curso que me estaba quedando, sin duda.

Como resumen del conjunto, transcribo literalmente un diálogo entre mis alumnos, un día cualquiera… parecería extraído de una obra de teatro del absurdo. Resulta todo un símbolo de mi paso por el Instituto Fortaleza.

Al empezar la clase una mañana, mientras se colocaban en sus asientos, Jaime MÁS le preguntó a un compañero: “–¿Lo viste?” “–Sí. Al final era un sueño”. “–¡Pues vaya mierda!” –fue la respuesta lapidaria de Jaime MÁS.



[1] Una asignatura menos que el año anterior.

[2] Talleres de pintura, decoraciones múltiples…

[3] Es decir, ponerlas sobre personas o sus objetos particulares.

[4] Tuve que pedir una pajita.

[5] A puñados: una actualización de lo que en tiempos se llamaba la “roña” durante los bautizos.

[6] En aquella época, Cecilio Andrés NADA.

[7] Al revés de lo que el Ministerio de Educación y Ciencia pretendía.

[8] Pensaron que me las cortaba, pero en realidad me estaba afilando las uñas: cuestión de perspectiva y dimensiones.

[9] En el ’96 el republicanismo no tenía mucho respaldo. Véase 269 #8

 

 

Sonido

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