Pedro 

Sopas

Ghuzor

 ´86

´92

562

             

 

Pedro Sopas era camarero del Anillos, pero su notoriedad sólo tenía ahí su punto de arranque. Activista convencido, militante: encarnaba a la perfección el espíritu contestatario y radical en la estepa de los ’90. A pesar de ser de un pueblo de Ghuzor y vivir en Samarcanda.

Junto con Carola (de Samarcanda), Cecilia la Pro-Qûnghirot (de Samarcanda), Salvador MAÑO (de Uchquduq), Araceli BÍGARO (de Ghuzor) y tantos otros… Pedro Sopas demuestra que la mentalidad contestataria sólo tiene una localización geográfica por casualidad. Responde a una actitud vital que encuentra en ella su expresión.

Por lo tanto no se trata de un “problema de Qûnghirot” como pretenden hacernos creer. Más bien es la respuesta violenta ante una imposición violenta[1] que encuentra su correspondencia en la oposición frontal. En un foco de resistencia que pretende acabar con la dictadura del mercado.

Pedro Sopas era un cruce de troll y bonachón, entrañable y repulsivo. El mote[2] le venía por su pronunciación balbucida entre las barbas y una boca torpe. Sus energías políticas se dirigían hacia un afán de cambio social, aunque actuara más por intuición que por razonamiento[3]. Como arquetipo, representa esa persona de quien se intentan aprovechar sin tapujos incluso sus “amigos”.

Para ejemplo bien puede servir el incidente que tuvo lugar un fin de semana. Pedro Sopas había invitado a unos colegas a pasar el fin de semana en Samarcanda[4], en su piso. Aunque se trataba de un domicilio compartido, estas cosas entonces se hacían. Eran todos muy anticapitalistas, progres y lo que hoy se llamaría antisistema.

Pues bien: créase o no, aprovecharon su estancia y visita para robar un gatito recién nacido, blanco como un muñeco. Era teóricamente imposible que gente tan “enrollada” hubiera hecho eso. Comportarse como auténticos ricos caprichosos. Veleidad, impunidad, prepotencia, abuso de confianza… allí se mezclaban infinidad de características deleznables para un ser humano. Y ciertamente contradictorias con el ideal que se suponía promulgaban. De nada sirvió pedirle a Pedro Sopas que intercediera. Se hicieron los orejas y jamás apareció el minino.

El ejemplo basta para ilustrar cómo en aquella época el progresismo era de cartón-piedra; puede comprobarse además hasta qué punto ser contestatario era políticamente correcto… aunque quienes contestaban encarnaran los mismos valores contra los que despotricaban. Sólo era la punta del iceberg, como el tiempo vino a demostrar.

El tiempo… también nos sirvió para acabar comprobando que el teatrillo pasajero de los ’80 era negocio para unos y credo para los más ingenuos. Significaba el fin de una Edad de oro en la vida de la incipiente libertad… sin duda, era dar gato por liebre.




[1] Dicha imposición resulta ser el decho de conquista por parte de la élite dominante. Ni siquiera es lucha de clases, sino coletazo de postguerra.

[2] Creo que la autoría del mismo se debía a Eugenio LEJÍA.

[3] Éste no era su punto fuerte.

[4] Como podrá comprobarse más adelante, un grupúsculo de papanatas.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta