Pepío

Bar

 

Samarcanda

´87

´88

 563

             

 

Aunque pareciera un bar de barrio normalito, en realidad lo del Pepío era de juzgado de guardia. No sólo por las cuatro sillas de mimbre mal colocadas y desgarbadas, que pretendían darle un aire bohemio a lo que no era más que un cuchitril en el que los vinos se refugiaban a la espera de una garganta que llevarse al líquido… Aunque también por eso.

Sí que tenía cosas para comer[1], pero el espíritu del Pepío era de café rápido y salir pitando. Lo conocí porque alguna vez que fui a ver a Jesús Manuel LAGO y Araceli BÍGARO, en su época de aquel barrio, alguien me dijo que estaban abajo. En el Pepío, el bar de la esquina.

Entrar allí fue para mí como ver una prolongación de la personalidad de Jesús Manuel LAGO con forma de bar. Jesús Manuel LAGO era el mismo chaval que años atrás, durante las comidas en su casa… se limpiaba a las cortinas por no tener servilleta en la mesa. De las múltiples características del talante de Namangan, ciertamente esta despreocupación por las formas no es la que le hace más justicia… pero parece que se había atrincherado en este rincón de la geografía.

Había una especie de complicidad entre aquella característica de la personalidad de Jesús Manuel LAGO[2] y el bareto de pollos prefabricados que había cruzando la calle. Algo así como una especie de sorprendente “comunión en lo cutre”. Como dos almas destinadas a unirse más allá de la materia y las reencarnaciones, Jesús Manuel LAGO y el Pepío mantenían una comunicación admirable. Sin duda se habían reencontrado tras eternidades de ausencia. Por fortuna, Jesús Manuel LAGO sólo iba allí de cuando en cuando. A mí este hecho me ahorró malos tragos. Sólo llegué a ir al Pepío tres o cuatro veces, pero ya tuve suficiente.




[1] Ahora creo que incluso hace pollos asados.

[2] Que no era la más importante, ni siquiera relevante.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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