Román

PLOMO

 

´87

´98

608

           

 

Román PLOMO era uno de esos personajillos que tanto abundan en el mundo universitario, que parecen más bien de relleno por tener poca enjundia. De hecho constituyen el grueso[1] de la plantilla de la UdeS. Al menos son estómagos agradecidos y lameculos institucionalizados, serviles y siempre dispuestos a cepillar los trajes de sus padrinos. En general[2] no tienen mayores aspiraciones que encontrar su acomodo entre el colectivo de naftalina que contribuye a la entropía de la UdeS. Pasan a ser grises e inservibles, mimetizados en el entorno. No son transparentes, pero se camuflan sin problemas entre las masas de mediocridad. Muchas veces eligen con toda libertad el campo del saber en el que desenvolverse y sólo después se acomodan[3]. En cambio, en otras ocasiones planifican fríamente su desembarco en territorio propicio, receptivo. En este caso, igual que quien pretende hacerse un hueco entre el público de un espectáculo, acaban haciéndose sitio a codazos.

Pero después, una vez que ya han encontrado el lugar desde el que irán engordando pacientemente hasta su jubilación, a veces les remuerde la conciencia. En el espejo metafísico ante el que se miran cada mañana, su propia figura empieza a agrandarse y en ocasiones llegan a creerse gigantes[4]. Entonces empiezan a desarrollar teorías, hasta creer(se) que son grandes aportaciones al mundo de la sabiduría. Desde su privilegiado lugar, desde las instituciones. Con una figura inmensa y pagado de sí mismo, el individuo así perfilado comienza a exudar: conferencias, charlas, cursos, mesas redondas, artículos, monografías y toda esa suerte de sarpullidos que invaden inmisericordes las estanterías por doquier.

Román PLOMO era uno de éstos. Con la paciencia de un escarabajo pelotero iba haciendo su currículum. No diré que era blasfemo porque el concepto no es adecuado al caso que nos ocupa. Román PLOMO se había especializado en los cínicos y por tanto ahí no cabe la blasfemia, puesto que por fortuna es el reino de la misma.

Román PLOMO utilizaba en su individual provecho precisamente ese saber que en su día nació para criticar a todo aquél que utilizara el saber en su particular beneficio ¡qué paradoja! Puede que nadie de su entorno llegara a decírselo nunca, pero no sólo resultaba patético: también resultaba contradictorio[5] que un impresentable de su talla se apropiara del cinismo para ir engordando en todos los sentidos desde esa supuesta posición de enfant terrible.

Por todo esto, cuando aquella tarde del ’98 me dijeron que Román PLOMO iba a dar una conferencia sobre los cínicos, no pude reprimirme y asistí. Para más recochineo aquel individuo era ni más ni menos que un discípulo de GUSARAPO. Aquello ya lastraba su charla de tal manera que era superior a mis fuerzas, imposibles de acallar. Con una camiseta blanca y un pantalón vaquero por toda indumentaria, más el atrezzo de una piruleta con forma de corazón que chupé con fruición durante su larguísima exposición de ideas. Fui con la intención de interpretar el papel de conciencia colectiva.

No me extenderé más, el asunto fue sencillo. Al llegar el turno de preguntas le dije claramente si no le parecía una traición al espíritu cínico soltar la perorata infumable con la que nos había torturado. Si no habría sido mucho más auténtico intelectualmente hablando que en el momento de llegar a dar la conferencia, él mismo, Román PLOMO, se hubiera subido a la mesa y se hubiera hecho una paja en público, al más puro estilo del maestro Diógenes “el cínico”.

Mi pregunta tuvo un efecto inmediato, casi mecánico. Un par de viejas pellejudas[6] se levantaron escandalizadas y salieron como si hubieran visto un espectro. Se fueron como alma que lleva el diablo.

El pobre Román PLOMO intentó una respuesta que ya era indiferente. Porque una vez soltada mi pregunta-bomba, lo demás sólo eran daños colaterales.

Poco más ocurrió aquella tarde. Yo me retiré con la satisfacción del deber moral cumplido: poner a aquel fantoche en su sitio, aunque sólo fuera por un instante eterno. Imagino que Román PLOMO, mentalmente parapetado en su posición de privilegio, de señor importante de la UdeS, se consoló aquella noche con esa pírrica victoria. El espectáculo fue digno de verse. Román PLOMO intentando defenderse como gato panza arriba, buscando la forma de hacer valer sus armas demagógicas en un cuerpo a cuerpo para el que de ninguna manera estaba preparado.

Bueno, el espectáculo debieron de disfrutarlo ante todo las conciencias pensantes del auditorio si es que las había. Creo que entre el público había alguno de mis conocidos[7], pero mi intención aquel día no era lucirme como filoshowman, sino la de hacer justicia histórica. Dejar en evidencia a aquel farsante hasta demostrar algo objetivamente: que lo más parecido que Román PLOMO había visto en su vida a la filosofía era una pastilla de chocolate.



[1] Nunca mejor dicho en su caso, por el sobrepeso corporal.

[2] Salvo casos que utilizan su posición estratégicamente, como instrumento al servicio de los trepas.

[3] Se lo permiten con la única condición de no mostrarse superiores a sus padrinos.

[4] Aunque sólo sean molinos, crecidos en tejido adiposo.

[5] Una traición en toda regla al pensamiento del que se valía.

[6] De las que suelen llenar los aforos en Samarcanda durante los actos institucionales, siempre que haya calefacción.

[7] Probablemente Sonia ANGINA.

 

 

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