Susana

 

Ninfómana

Samarcanda

´90

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A veces la realidad es así: juega a despistarnos. Susana, mirada Ninfómana donde las haya, frecuentaba la biblioteca de la Facultad de Filosofía para estudiar exámenes de la carrera. Aquel mismo año yo preparaba por primera vez oposiciones de Secundaria, ya licenciado. Me zambullía en los temas, les sacaba tanto jugo como se puede conseguir en un exprimidor de cerebros y después intercambiábamos materiales entre todos los opositores, para tener temario completo.

Pero Susana Ninfómana no participaba en aquella rueda, aún era estudiante de la Facultad; de una promoción posterior a la mía. En la biblioteca se colocaba de tal forma en los asientos que siempre quedaba frente a mí[1] y aquello para mí significaba la debacle: un cerebro masculino que tenía que atender a dos tareas a la vez, una de ellas el ritual erótico.

El resultado era, desde luego, mi falta de concentración, vigilando a hurtadillas unos ojos que mentían erotismo… pero yo aún no lo sabía. Aprovechando alguna ocasión propicia entablé conversación con Susana Ninfómana, paseamos de vuelta a su casa mientras charlábamos de cosas más o menos importantes. Uno de esos días, con el apetito abierto[2] quedamos para salir a tomar unas cervezas por la tarde.

Así lo hicimos, intercambiando visiones y opiniones sobre múltiples temas que a los filósofos interesan: todos. Susana Ninfómana tenía la risa fácil, los labios pintados de carmesí, casi un desafío. Evidentemente a mí me gustaba mirar sus ojos cargados de abismos, disfrutar su risa henchida de labios y desafiar su intelecto, que se encontraba parapetado tras una serie bien estudiada de tácticas femeninas.

Como siempre he sido bastante negado para semejantes escaramuzas, aquella tarde fui poco a poco consumiendo mis oportunidades sin mayor éxito. Susana Ninfómana no bebía alcohol, algo que a mí me daba igual pero para ella suponía una especie de militancia combativa. Me desafiaba a que yo hiciera lo mismo, además de prescindir de fumar. No le hice ni caso y seguí a lo mío bebiendo y fumando. Primer punto en mi contra.

Además estaba lo de la autenticidad y autotraición, la capacidad de renunciar a los principios para conseguir algo. Tampoco por ahí, porque nunca he sido pragmático. Lo que hay que hacer se hace, caiga quien caiga… y lo que no, no se hace. Segundo punto en contra mía.

Apareció el divorcio incluso antes de que hubiéramos llegado a ser pareja. Al llegar al Gusano a tomar algo, aquello casi se había convertido en una batalla campal. Ninguno de los dos quería ceder ni un ápice. Por eso mismo, quizá ella declaró mesa mientras yo decía barra: guerra abierta.

La escaramuza fue memorable. Bar vacío, Susana Ninfómana y yo llegamos juntos. Ella se fue sola a una mesa, con su infusión en la mano. Yo me quedé en la barra con la cerveza de los rituales básicos de la vida social. Sólo el camarero. Un rato disfrutando de la música, pero ninguno de los dos cedía. Al fin, tras mirarnos en la distancia, mirada cómplice: ¿nos vamos? Susana Ninfómana se levantó y vino hacia la barra, pagamos y nos marchamos. Tercer punto perdido.

Ni qué decir tiene que la velada terminó… y con ella nuestra posibilidad de entendimiento. Sólo quedó entre nosotros, como un fleco, el asunto de su hermana. Una estudiante de Bellas Artes a la que le escribí el guión de un corto[3] como ayuda para una asignatura. Salvo este pequeño detalle y el par de conversaciones que tuve con su hermana (de cuyo nombre no puedo acordarme), no quedó nada.

Si acaso una lección metafórica que merece la pena ser anotada, por lo simbólico. Para la Filosofía, el Arte es un familiar cercano que zozobra en terrenos movedizos, de enfermedad mental[4]. La Filosofía (Susana Ninfómana) hace cuanto está a su alcance, pero la solución se le escapa. Pertenece a otra dimensión, para ella inabarcable. En mi opinión el resultado es el fracaso. ¿Quedan más puntos por perder?

Desaparecí de aquel entorno sin haber llegado a estar siquiera, sin haber podido “curar” a ninguna de las dos.



[1] Precisamente yo elegía no tener vistas para no despistarme.

[2] Porque era la hora de comer.

[3] Ya perdido para siempre, porque no me quedé copia.

[4] Como su hermana, que entonces se encontraba en la etapa de tratamientos y diagnósticos.

 

 

Sonido

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