Conchi

 

Prima

Tashkent

´92

´98

243

             

 

La definición que hizo de ella Marisol Fontanera era certera: “una lolita que te mete mano todo el rato”. Cuando la conocí, Conchi Prima era una chica de 17 años con la fórmula de desparpajo + descaro: una de esas personalidades sin cortapisas ni escrúpulos, pero también sin formas ni contenidos.

Si llegaba a seducir era precisamente por lo que no tenía. Se te presentaba ante los ojos como todo aquello que alguna vez habías tenido, pero de lo que ya carecías: inocencia, ínfulas, buen humor, inconsciencia, juventud, ignorancia… Toda una suerte de cosas que cuando uno posee está deseando perderlas. Elementos positivos y negativos combinados aleatoriamente: únicamente hacía vencer la balanza hacia el lado positivo el deseo que despertaba.

Conchi Prima rezumaba ganas de adquirir experiencias, de experimentar. Si duda era una tentación hecha carne: tentaba a intentar hacer de ella esa persona que a todos nos habría gustado ser, pero sin caer en los errores que ya conocemos.

A Conchi Prima le gustaba prestarse a experiencias nuevas consigo misma, pero con ello resultaba simultáneamente verso y epitafio… al menos así ocurrió en mi caso. Conchi Prima se denominaba así por serlo de Dolores BABÁ, quien a partir del ’91 se convirtió en mi novia, aunque parapetada tras infinitos eufemismos.

Para Dolores BABÁ, Conchi Prima significaba algo ciertamente equívoco. Con ella Dolores BABÁ combinaba el deseo de experimentos lésbicos con el remordimiento por sentirlos. La mentalidad de Dolores BABÁ, en este sentido, queda claramente retratada como reprimida. Luchaba contra sus tendencias naturales por motivos educacionales.

De la relación que había entre ambas yo participaba y/o sufría de hito en hito, con deleite. Conchi Prima era una tentación, eso salta a la vista. Como tal actuaba: no sólo en conversaciones, también en hechos.

Por ejemplo, un día que Dolores BABÁ estaba afeitándome la cabeza en su presencia, cogió la máquina y me la pasó por el pecho, dejándomelo lampiño. El erotismo de la escena no puede ser más explícito: Conchi Prima era así de descarada, desafiante y cómplice… una constante invitación a cambiar los esquemas de la realidad.

Otro día en La destilería, con la excusa de la música en los altavoces… mientras tomábamos café me arengaba, desafiándome a besarla: algo que no hice de milagro. Así era su juego… daba igual lo que hicieras, porque ella llevaba la iniciativa.

Solía presumir de sus círculos selectos de Tashkent (donde vivía), pero simplemente con los retazos de las narraciones ya dejaba claro el misterio de cartón-piedra en el que se movía.

Una de las ocasiones en que se presentó la oportunidad, llegamos a intentar torpemente un trío: Dolores BABÁ y yo follando con Conchi Prima a nuestro lado, dejándose tocar. No hubo más que eso: los remordimientos de Dolores BABÁ impidieron que la cosa fuera a más. Y también evitaron repetir el intento. No pasó de ser una anécdota, pero no por Conchi Prima (tan abierta) sino por Dolores BABÁ. Ésta resultaba incontrolable para sí misma.

Hasta el punto de que en otra ocasión: Dolores BABÁ conducía y Conchi Prima iba conmigo en el asiento trasero, custodiando un caballete… Tonteando y lanzando puentes, desafiándome a cruzarlos: a Dolores BABÁ le faltó un pelo para empotrarnos contra un camión. Sin duda aquél era un ejemplo diáfano de triángulo imposible.

Posteriormente, cuando Dolores BABÁ y yo ya habíamos terminado con nuestra relación, una noche Conchi Prima vino a dormir conmigo. Aunque nuestros sexos estuvieron cerca, no llegaron a besarse… puede que incluso ella aún fuera virgen…

Para mí aquella noche resultó fantasmal: despertaba entre sus brazos y la suavidad de su piel me tentaba para abandonar ese respeto que siempre me ha caracterizado. Entre sueños su rostro se metamorfoseaba hasta convertirse en el de Dolores BABÁ. Era casi la materialización de una pesadilla.

Como le dije a Conchi Prima alguna vez por escrito, ella y yo compartíamos una visión del mundo: la de vivir a bordo de una “nave de los locos”. Pero siempre estuvimos en cubiertas distintas del barco, viendo únicamente nuestros respectivos reflejos sobre la superficie marina, deformados.

 

 

Sonido

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