Adelaida     Angren ´94   714
             

Podría decirse que Adelaida Angren tenía cara de recepcionista mal pagada, valga el símil. Aunque en realidad era una más de los componentes de la plantilla del profesorado en el Instituto Juan Montalvo de Angren, la actitud que transmitía su lenguaje corporal era la de una persona que se encuentra a la expectativa… no sé, como esperando a ver qué le ofrece el mundo, con qué situación la sorprende o incomoda (más que nada, por imprevisible y también un poco por su tendencia misántropa).

Sólo coincidí con Adelaida Angren unas cuantas veces: en reuniones de Junta de Evaluación, cafés imprevistos por la comarca o encuentros más o menos fortuitos con motivo laboral/docente, casi siempre. Su tendencia, como en tantos otros docentes, era a huir de la realidad en cuanto podía: en el caso de Adelaida Angren lo hacía practicando el montañismo, cosa que en la zona de los alrededores de Angren era tan fácil como común y bien considerado.

Por eso yo no acababa de comprender muy bien por qué Adelaida Angren llevaba puesta aquella cara de amargada, de sentirse fuera de lugar y dejarlo patente a la primera de cambio, con alguna observación incómoda o cualquier toque de atención para traer a colación lo feo del mundo.

No sé cómo decirlo, era casi una amargada militante, que necesitaba o disfrutaba con el hecho de mostrar su punto de vista sobre la realidad en general y cualquier situación en particular. Quizá por eso su presentación material era también amorfa, asexuada, como con asco por la materia y todo aquello que significara relacionarse socialmente, con el mundo exterior. Creo que vivía en algún recóndito e incomunicado lugar entre las montañas, del que sólo salía para ir a dar clase o para marcharse de excursión a otros lugares, lejanos de la vida.

Quizás se tratase simplemente de que no le gustaba la vida y practicaba esa huida: el retorno a una naturaleza sin seres humanos. Pero verla o al menos oír hablar de Adelaida Angren y las hazañas misántropas que iba sembrando a su paso, resultaba negativo, feo… algo que en nada contribuía a afrontar el día a día, pues al igual que ella cualquiera de nosotros podría haber adoptado aquella actitud de rechazo, enfrentándose con el Todo, como forma de protesta. Sin embargo no lo hacíamos, porque habría resultado estéril, inútil. Un grito en medio del desierto o bajo el agua: inexistente, al producirse en soledad. No sé si a Adelaida Angren le satisfacía  su vida o el papel que desempeñaba en la realidad, ese gran teatro… pero si todos hubiéramos seguido su ejemplo, a buen seguro habríamos acabado practicando el suicidio colectivo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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