Alejandro
Uniformólogo   Samarcanda ´86   722

 

La mirada algo inquieta y la risa cristalina bajo un pelo engominado tan negro como sus ojos, hacían sospechar algo, no sé muy bien qué… Alejandro Uniformólogo transmitía una intuición de inquietud que enseguida se veía confirmada por los gestos y la conversación, siempre algo extrema. No es que sus inquietudes fueran oscuras, porque también desde la luz puede alguien acercarse a las tinieblas… es que el objeto de sus desvelos era la guerra, pero no desde una mirada crítica o científica, sino apologética.

Alejandro Uniformólogo se definía a sí mismo, sin complejos, como “uniformólogo”, es decir, alguien dedicado al concienzudo estudio de los uniformes… militares, en su caso, claro. Los folklóricos o propios de la vida civil (más o menos étnicos) no le interesaban. Se había especializado sobre todo, a lo largo de sus muchos años de afición, en los circunscritos a la II Guerra Mundial… lo que significaba que algo controlaba también de los de la I Guerra Mundial, como antecedentes directos.

En cuanto tenía la oportunidad, Alejandro Uniformólogo te soltaba una charla introductoria (no parecía improvisada) sobre Prusia, el zorro del desierto o cualquier otra cosa que tuviese que ver con aquel maremágnum de datos asociados a tan luctuosos acontecimientos, aunque tocaran su tema sólo de refilón. Podría pensarse por tanto que Alejandro Uniformólogo era un tipo adulto y cultivado, pero no: era un chaval que cuando le conocí, allá por el ’85, debía de rondar los 24 años. Si a aquella edad ya tenía el cerebro hecho fosfatina, no quiero pensar cómo habrá acabado, el pobre… en realidad no era amigo ni conocido mío, sino que me le presentó Valentín Hermano: su capacidad para atraer o ser atraído por personajes como Alejandro Uniformólogo resulta digna de estudio, sin duda.

Lo cierto es que ambos colaboraban en cierta manera emprendedora, que se dice actualmente. Buscaban la forma de combinar las ideas aportadas por Valentín Hermano con la ejecución gráfica, plasmada por Alejandro Uniformólogo. Una forma de simbiosis con salida económica, por así decirlo: entre otras cosas, haciendo publicidad para baretos y/o garitos múltiples de la Samarcanda de la época. Fueron tocando puertas con mayor o menor éxito. La del Barras fue una de las campañas con más resonancia en el ambiente, la más conocida de las que llevaron a cabo. Quizá si el dueño les hubiera pagado en lugar de esnifarse los beneficios del bar, las cosas habrían ido por otro camino…

Esto es historia-ficción; lo cierto es que poco después Alejandro Uniformólogo fue desapareciendo de mi domicilio, la casa de mis padres, tal como había aparecido. Las descripciones que Valentín Hermano hacía de las habitaciones de la casa de Alejandro Uniformólogo eran dantescas: lugares inmensos dedicados a reproducir máquinas de guerra, soldados e incluso batallas enteras a escala… sólo eran comprensibles por la condición de militar de Alejandro Uniformólogo. Aquélla sin duda era una auténtica apología de lo castrense, más concretamente del eje fascista durante la II Guerra Mundial. A mi entender todas las habilidades que pudiera tener Alejandro Uniformólogo en el mundo del dibujo o del diseño quedaban invalidadas por aquella raíz éticamente impresentable e imperdonable.

Alejandro Uniformólogo fumaba tabaco negro como un cosaco para inspirarse y solía “firmar” sus obras con la cabeza de un ratoncito: lejos de tratarse de una declaración de inocencia al estilo Pérez, resultaba un guiño de complicidad perversa para quienes conocieran el chiste de Jaimito en el que éste descubre al padre en la ducha, quien se cubre el sexo con la mano y Jaimito le pregunta: “¿Qué es eso?”. La improvisada respuesta del padre es: “Una rata, hijo”. Y Jaimito, a voces, le grita a la madre: “¡Papá se está follando una rata!”

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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