Barras

Pub

 

Samarcanda

´84

´86

268

             

 

Una mano biónica que arañando la superficie imaginaria del papel daba como resultado un código de barras. Bajo el dibujo, una leyenda: “El zarpazo final. Barras”. Junto a esto, la dirección en la zona de marcha.

Fue allá por el ’84 cuando este cartel invadió las calles maracandesas: para anunciar un bar recién abierto en lo que con el tiempo resultaría ser la zona más emblemática de la noche de Samarcanda. El cartel lo había diseñado Valentín Hermano junto con su colaborador de entonces: Alejandro Uniformólogo, quien tenía la cabeza llena de batallitas de soldados de plomo. La tarea de empapelar la ciudad con dichos carteles fue mía, en colaboración con alguien más que no recuerdo. Por este motivo acabé aprendiéndome de memoria el lema, el logo y el todo por el todo.

Parecía que aquélla iba a ser la tarea que de forma irónica me tenía reservada la vida laboral, porque de la época también fue la aventura de los carteles sobre la Feria del libro y alguna que otra aventura de pegadeces… con lo que esto suponía para alterar el ritmo cardiaco: buscar lugares si no adecuados, al menos no estridentes y esquivar las patrullas de la Policía, prestas a recaudar a golpe de multa. Lo cierto es que todo ello hacía de la actividad algo si no atractivo, al menos clandestino… con lo que esto tiene de aventura.

El Barras en cuestión era un bar más o menos agradable, con buena música y marcha en cantidad. Resultaba algo oscuro, pero esto le daba si cabe un mayor atractivo de cara a la clientela. Como negocio era boyante, sin duda: la afluencia de público lo delataba. Un sótano acondicionado como pista de baile, casi como una discoteca, le otorgaba un pedigree y una personalidad que resultaban elementos magnéticos, en la penumbra de unas noches que eran más promesa que amenaza.

Sin embargo, algo no encajaba en el conjunto: hecha la campaña publicitaria, pegados los carteles, incrementado el volumen de afluencia. Pero el dueño del cotarro se resistía a soltar la gallina, pagar los servicios prestados. Se escaqueaba. Estas cosas ocurren cuando se trabaja por cauces alternativos al comercial ortodoxo establecido. No hay contratos y todo eso…

Al final pagó… a regañadientes, pero lo hizo. Después se supo el motivo del pretendido escaqueo: el amigo estaba metido hasta las cejas en el cutre y manido mundillo de la farlopa, que se llevaba todos los beneficios del negocio. Por tanto, debido a una de esas ironías que tiene la realidad más o menos heterodoxa, el Barras acabó sucumbiendo a su propio zarpazo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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