Lo que más tristeza provocaba de Víctor Panadero no es que fuera un tipo sin cerebro ni ganas de desarrollarlo o cultivarlo. Tampoco su ostentación constante de musculitos y fuerza bruta en estado puro, como sólo puede encontrarse a los 16 años. Ni siquiera su sonrisa de suficiencia o superioridad y estar de vuelta de todo cuando aún no tenía ni el billete de ida. Menos aún la hinchazón constante de su ego, que le llevaba a pensar que todo cuanto le decían era simplemente porque le envidiaban, pues se pensaba el centro perfecto del mundo. Incluso la incapacidad de Víctor Panadero para hacer autocrítica, con ser sin duda una fuente de lástima, no constituía la mayor fuente de pesar para quien cruzaba su vida con aquel adolescente hipertrofiado de tonterías, en una palabra.

Lo peor de todo aquello, de tener que lidiar con Víctor Panadero en cualquier ámbito era su carácter arquetípico: porque como él, pero ya creciditos, hay ejemplares a patadas en cualquier núcleo social. No sé si exagero al afirmar que se trata del perfil más común entre los habitantes de la sociedad en la que nos ha tocado vivir… pero no erraré mucho el tiro con semejante afirmación, eso seguro.

A mí me tocó en suerte como alumno, de ahí que no pudiera librarme de Víctor Panadero tan fácilmente sin arriesgarme a perder el trabajo por desatender mis obligaciones laborales. En otras palabras, durante aquel curso le vi casi todos los días: cuando no en clase, al deambular las calles de Angren paseando por ellas con cualquier motivo. Víctor Panadero era músculo en estado puro, lo que quiere decir sin adulterar por la razón o el sentido común: resolver las discusiones con un puñetazo en la mesa era lo menos violento de cuanto acontecía en su presencia. Repleto de buen humor siempre que se le rieran las gracias, resultaba pintoresco mientras se mantuviera bajo control… como así fue prácticamente durante todo el curso.

Pero en la fiesta final de curso, durante el jolgorio discotequero típico, entre copas y descontroles, por la única neurona de la que Víctor Panadero disponía normalmente (monopolizada en esta ocasión por los efluvios alcohólicos) se le pasó la feliz idea de morrease con Yanira Ref. Pedro COME, la profe de inglés. El enrarecido ambiente del sótano que eran Los túneles de Angren se prestaba por sí mismo a la alteración de la conciencia, pero si a eso le añadimos la euforia del momento y las condiciones etílicas –como mínimo– del sujeto sin conciencia que era habitualmente Víctor Panadero, el resultado obviamente era una bomba de relojería. Explotó cuando el animal en cuestión intentó hacer efectivo su derecho de pernada allí mismo, ante la vista de toda la concurrencia, incluido Paco COME (era de dominio público que era el novio de Yanira Ref. Pedro COME), que no daba crédito a los acontecimientos… y con razón. ¿A quién se le pudo ocurrir semejante escena y no descartarla por descabellada? Sin embargo, la realidad superando a la ficción se hizo patente, se materializó aquella noche.

Las consecuencias posteriores resultaron ser una cadena de acontecimientos indeseables desde toda perspectiva: la denuncia, el expediente, la sanción y cuanto todo esto lleva aparejado terminó con la idílica posibilidad de que la estancia en Angren durante aquel curso, para Yanira Ref. Pedro COME y Paco COME se convirtiera en un episodio pintoresco del pasado con el que deleitar a sus futuros nietos.

De hecho, en el colmo de la impresentabilidad, Víctor Panadero acabó jurándoles a ambos que si volvían a poner los pies en Angren tendrían que vérselas con él y su venganza. Es la forma que tienen los brutos de hacer frente a la justicia: oponiendo la violencia ante cualquier diálogo, razonamiento o arrepentimiento. Pero resulta algo lógico: no perdamos de vista que para Víctor Panadero el mundo no era otra cosa que todo lo que estuviera a su alcance… daba igual la opinión, la ley o el deseo de cualquiera que no fuera él mismo. Hasta tal punto había perdido el norte, si es que alguna vez llegó a poseerlo.