Los túneles

Zona

 

Angren

´94

´95

464

             

 

El sitio era tan claustrofóbico como una boca del Metro. Bajo una piel de piedra, la superficie aparentemente inofensiva de la plaza principal de Angren… se encontraba toda aquella serie de almacenes que se habían convertido en bares. Con la única finalidad de reunir los fines de semana a toda la juventud de la comarca, ansiosa por enajenarse con excusas sentimentales o coreográficas. A veces, ambas a la vez.

Los túneles eran archiconocidos en todo el Valle de Angren por tratarse del lugar de asueto al que iban a parar las ansias acumuladas durante la alienación laboral de la semana por el colectivo típico. La juventud ansiosa de comerse el mismo mundo que durante la semana les explotaba de forma inmisericorde.

Por todo esto emborracharse resultaba una tarea de gallitos. Bailar algo extraordinario entre las inconsciencias etílicas, reservado a Jaimito y otras gentes sin inhibiciones. Sobre el asunto de ligar, que era en realidad el motor de todo aquel trajín de personas, era casi una hazaña. Un episodio épico.

Como conjunto, Los túneles podían ser definidos como una agrupación[1] totalmente irracional de negocios. Jugaban con la salud de una concurrencia deseosa de que lo hicieran. Auditivamente era una locura… en el interior de aquel búnker, en los pasillos de Los túneles, se mezclaban las músicas de todos los pubs. Hasta convertirse en una masa auditiva gris y estridente para los oídos[2] y la cabeza[3].

Pero esto sólo ocurría en el trayecto desde un bar hasta otro en el interior de Los túneles, porque mientras uno permanecía dentro de cualquiera de los garitos, la cosa era aproximadamente normal. Quiero decir con esto que se regía por los patrones habituales de las tierras anejas a Angren y las costumbres de la llamada diversión juvenil en los ’90. Los rituales más o menos conocidos de emparejamiento humano en el Occidente de finales del siglo XX. Casi siempre entre estridencias.

Y siempre, como un rito, el himno de Los túneles sonando repetitivamente en los diferentes locales. Carlos Vives llenaba la atmósfera con una repetición insistente, casi como un mito… La gota fría: “¿Qué cultura, qué cultura va a tener un indio chumeca como Lorenzo Morales…?” Risas, alcohol, música, intentos de comunicación oral… ese tipo de entretenimientos que van llenando la noche sin más complicaciones, hasta que aparecen los factores más o menos previsibles: la alteración de la personalidad, los conflictos de intereses y las broncas.

Porque en Los túneles la gente se peleaba, claro. Lo pedía el carácter del valle, las hormonas, las convenciones sociales, el afán de demostrar(se) lo que cada uno era o creía ser… allí: si no te pegabas con alguien no eras hombre, claro. Patente demostración de la mentalidad cavernícola por antonomasia.

Las ventanas que había en los pasillos de Los túneles daban hacia el río. Esto históricamente había sido motivo perfecto para que alguna pelea terminase con cuerpos humanos lanzados contra las piedras del cauce… La altura era considerable. Si alguien había muerto alguna vez, parecía ya lo de menos. Lo importante es la mitología, que el mundo sepa cómo se las gastan en Angren y alrededores.

Las horas allí, en el interior de Los túneles, eran tan cortas como divertidas. Coincidíamos alumnos y profesores, trabajadores y jefes, padres e hijos, extranjeros y uzbecos… La mezcla era tan heterogénea que el conflicto estaba servido. Cada fin de semana acababa en bronca más o menos generalizada.

Después, de lunes a viernes Los túneles estaban cerrados. Las ventanas, clausuradas temporalmente, parecían ojos: amenazantes con volver a devorar cuerpos.

En definitiva era como un monumento subterráneo: a la incapacidad del ser humano para sustraerse a su propia tontería. Una sucursal del infierno en la que servían copas y donde, a veces… entre el ruido podía llegar a distinguirse la música.




[1] Por no decir hacinamiento.

[2] De por sí ya machacados por el volumen de cada bar, compitiendo por el territorio de los bares vecinos.

[3] Incapaz de distinguir canciones ni ritmos, entregada ya sin remisión a una vorágine ininteligible. El diálogo: una quimera.

 

 

Sonido

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