Francisco
Aquitania     ´80 ´86 798
             

 

A Francisco Aquitaniayo le conocía desde pequeño, de verle por el barrio; era un chaval aproximadamente de mi edad que deambulaba por las calles sin llamar la atención, lo que se dice un chico normal. Francisco Aquitania no tenía relación con nadie que yo conociera, por tanto formaba parte del decorado y mi única sabiduría acerca de su vida provenía de que le había visto tras la barra del bar de su padre cuando en alguna ocasión yo iba a rescatar al mío, Valentín Padre, de las garras de la cazalla siguiendo instrucciones de Paquita Madre, con intenciones de devolverle al redil familiar: recordarle sus obligaciones humanas.

Muchos años más tarde Francisco Aquitania reapareció en mi vida, allá por el ’83 en la Facultad de Derecho. Formaba parte del grupo que defendía y fomentaba la objeción de conciencia, cuando aquello era un delito innombrable. Para mí aquello hizo que Francisco Aquitania adquiriera personalidad propia, entidad respetable sobremanera; cuando me cruzaba con él por la calle pensaba para mis adentros: “ahí va un tío legal, presentable, digno de admiración”.

Quedaban en segundo plano las tonterías propias de la adolescencia: que si era feo, llevaba gafas sobre la enorme narizota o se empezaba a quedar calvo muy pronto. Para mí ver a Francisco Aquitania en la Facultad de Derecho significaba, de alguna forma, reconciliarme con esa etapa incomprensible que es la propia infancia: cuando uno no sabe aún por qué las cosas son como son ni por qué uno mismo es como es.

El M.O.C. fue evolucionando y perfeccionándose, a ello sin duda contribuyó Francisco Aquitania en Samarcanda: con el paso del tiempo, no dudo de que se convirtiera en un abogado mucho más válido y comprometido que la mayoría de sus coetáneos. Supongo que si yo me hubiese quedado en aquella Facultad, habría evolucionado por unos derroteros muy similares a como lo hizo él. Por fortuna abandoné poco después aquellos fangales para seguir mi propia trayectoria: ir jalonando con irrepetibles experiencias mi particular existencia.

Por allí se quedó Francisco Aquitania, anclado en aquellas coordenadas: aquel barrio, aquella Facultad de Derecho, aquella ciudad, aquel futuro de leguleyo, aquella vinculación al M.O.C., aquella calvicie que dejó de ser incipiente para formar parte de una apariencia que –curiosamente– le acercaba a la de su padre. Quizás a mí me ocurriera lo mismo y él me contemplaba desde el otro lado del espejo… nunca lo supe, porque nuestros universos eran paralelos: se veían, pero jamás llegaron a contactar.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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