J

 

Samarcanda

´97

´99

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De entre la variopinta fauna que formaba la familia de Cristian BARRA, no podía rastrearse elemento alguno que fuera común a todos sus componentes: y eso que hablo sólo de los cuatro hermanos, porque no pude ni tuve oportunidad de conocer a los progenitores. Sólo les vi de lejos un día que casualmente pasé por su pueblo.

Pero lo más característico de J era la aparente vacuidad de su presencia; algo que a mí no me cuadraba en absoluto, teniendo en cuenta a quienes habían sido sus compañeros de viaje durante la infancia. En fin, conocer físicamente a J venía a ser una experiencia poco menos que normal; un chaval de gafas redondas de pasta, con la sonrisa puesta permanentemente y dotado de una mirada vacía.

Uno habría dicho que se trataba de un muñeco o muñecoide perteneciente al decorado, carente de personalidad. Pero enseguida que J te saludaba e intercambiaba un par de frases contigo, te daba la impresión de conocerle desde mucho tiempo atrás. Era tan superficial como ocurrente y cercano, aportando con ello la impresión de que nada importaba salvo la risa, floreciente permanentemente en su rostro y contagiando de buen rollo la atmósfera. Algo que contrastaba con la sensación de vacío, como si aquel intercambio diplomático de palabras fuera algo provisional, que tenía que dar lugar a otra cosa… pero de hecho ésta nunca llegaba.

Sí, lo de J era una sensación propedéutica: pero tras ella, el vacío; lo mismo que ocurre con la palabra: propedéutico promete algo posterior, crea una expectativa acerca de lo que seguirá… por lo general, nada. Quizás por eso es un término tan del gusto del mundo de la Pedagogía, de la jerga de los “pedabobos”.

Pero J estaba en otro nivel académico: estudiaba Derecho o Filología inglesa, no lo recuerdo bien; pero tanto si era el primer caso (repetición de contenidos al más puro estilo de las cacatúas) como si se trataba del segundo (ese deporte tan extendido en el cultivo del cerebro como músculo… que consiste en traducir, o lo que es lo mismo: centrarse en la forma de la comunicación, sin abordar el contenido), J se desenvolvía entre las cuestiones académicas con la soltura propia de quienes las utilizan como instrumentos para conseguir algún día la meta de trabajar para poder ganarse la vida.

Tan loable como vacío, tan egoísta como comprensible, tan fungible como irrelevante. Porque J no tenía preocupaciones que fueran más allá de la diversión, las copas, la música, los ligues… y poco más. Vamos, lo que podría denominarse un cerebro joven en estado puro, en su salsa o en su tinta.

Como síntesis de su personalidad, bastará un ejemplo nada casual: era una práctica que J realizaba con frecuencia, una costumbre, una especie de diversión. Cristian BARRA se encontraba en el baño, con la puerta cerrada y dedicado a la intimidad de su higiene personal. Puede que llevara un rato dentro, pero éste es un detalle irrelevante. J se acerca a la puerta del baño y pega la oreja con intención de identificar los sonidos del otro lado. Como no lo consigue, toca sonoramente con los nudillos en la puerta y dice en voz alta: “¡Cristian! ¿Qué haces?” Cualquier respuesta será tan inútil como intrascendente.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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