Lucas

ÁGIL

Kagan

´75

´82

 858

             

 

Tan inquieto como nervioso, quizás precisamente por eso Lucas ÁGIL parecía siempre fuera de contexto: puede que lo estuviera, pero no se encontraba descolocado ni desorientado: sólo en proceso de aprendizaje. Buscaba por lo general la manera óptima de que las cosas salieran como él quería; sabía que para ello lo mejor era comprender su esencia, aprehenderlas.

A mí me llamaba la atención esa característica de Lucas ÁGIL, que parecía incombustible, infatigable… si las cosas se le ponían cuesta arriba, no desfallecía: se lo tomaba como un reto. Esta manera de ser, tratándose de un chaval de 14 años, resultaba ciertamente sorprendente. Más que nada por lo rara estadísticamente hablando, pues lo más normal era que un chico de su edad, ante cualquier contratiempo, abandonara lo que fuera y a otra cosa.

En la escuela Lucas ÁGIL no era muy brillante, pero sí tenaz: esto le diferenciaba de su entorno, porque la tónica general en Kagan era que enseguida la gente, ya desde joven, decidiera ponerse a trabajar en cuanto la ley se lo permitiera y abandonar cualquier tipo de estudios más allá de los obligatorios… a veces, ni eso.

Pero claro, yo coincidía con Lucas ÁGIL durante los veranos, así que le conocí más en profundidad gracias a que era vecino de la plaza Lucas Coscorrón, donde yo iba a recalar: en casa de Anastasia Abuela. Las timbas que montábamos en la plaza, llenas de juegos de cartas y ruleta, tipo casino en versión infantil, para Lucas ÁGIL eran toda una gozada; tanto él como yo disfrutábamos de lo lindo, también la mayoría del auditorio que por allí concurría. Nuestro casino era un éxito, lo que garantizaba la diversión a todo el mundo. Allí se podía ver la capacidad organizativa de Lucas ÁGIL, que enseguida comprendía y ponía en práctica las normativas de funcionamiento. Casi siempre era yo quien las proponía, pero muchas veces con su colaboración.

La soltura con la que Lucas ÁGIL se desenvolvía en aquel entorno denotaba una inteligencia empresarial por su parte que –si la potenció más adelante, cosa que desconozco– debió de llevarle a estudiar una carrera relacionada con el asunto. En caso de que llegara a hacerlo, seguro que alcanzó innumerables éxitos, porque no cabía duda de que aquélla era su vocación natural. Claro, que muchas veces el entorno consigue estropear las capacidades naturales de una persona si no se le potencian y desarrollan adecuadamente.

Pero comparado con su hermano, mi amigo Rai ÁGIL, Lucas ÁGIL tenía un cerebro infinitamente más predispuesto a un tipo de sabiduría que, cuando es natural y se fertiliza adecuadamente, dan lugar a genios de las finanzas. Yo no tenía, jamás he disfrutado de ese matiz de la inteligencia enfocado a organizar empresas y obtener beneficios. A lo más que he llegado ha sido a jugar a intentarlo, con un currículum de fracasos financieros que más bien tendría que denominarse ridículum.

No sé si Lucas ÁGIL valía para alguna otra cosa en la vida… quizás sí, pero en caso de que así fuera, seguramente lo habrá acabado pasando todo por ese filtro. Me parecía admirable su capacidad de optimizarlo todo en este sentido, pero también me daba qué pensar su inteligencia monotemática, jalonada únicamente de costes y beneficios. Mientras la mía, en cambio, siempre andaba errante entre metáforas y otras literaturas.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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