Nico

Osiris

 

´84

´93

 908

             

 

Supongo que el gesto de mala hostia que ostentaba siempre, por defecto, hacía de Nico Osiris alguien de quien suele decirse que tiene cara de pocos amigos. Pero no llegué a saber nunca si era realmente una pose de personalidad verdadera o se trataba de un disfraz que Nico Osiris se ponía para lidiar con la clientela.

Téngase en cuenta que su lugar en el mundo era ciertamente problemático, pues regentar un bar ya hace que la persona entre automáticamente en el grupo humano que por definición tiene que estar a la defensiva si quiere sobrevivir con éxito. Añadido a esto la circunstancia de que la chica que Nico Osiris tenía como pareja estaba de buen ver (aunque algo pasada de kilos para mi gusto), los dolores de cabeza de Nico Osiris estaban garantizados por partida doble… como mínimo.

Para Nico Osiris permanecer tras la barra era un trabajo tan múltiple como constante: repartidores, clientes, amigos, chorizos, competidores en algún sentido… para Nico Osiris aquello era una permanente procesión que le exigía cambios de registro, algo tan dinámico como sofocante: parecía más bien un viacrucis.

La maldición que lleva aparejada la envidiable circunstancia de disfrutar de una vida apetecible para cualquiera consiste principalmente en vigilar constantemente que las circunstancias no se alteren, con el fin de no perderla. Lo que en la época se decía “los ricos también lloran”, citando el título de un culebrón de moda en aquella época, podía referirse sin duda a todo lo expuesto, porque Nico Osiris era en este sentido un privilegiado: casi era la encarnación del arquetipo al que aspiraba gran parte de la población de entonces, sin duda; si se me apura un poco, las aspiraciones eternas del ser humano.

Nico Osiris era joven, su novia guapa, su negocio floreciente además de ser un bar; algo así como el mundo resumido en el paraíso a su alcance. Esto se notaba a última hora del día, cuando –ya pasada la vorágine– el Osiris era un club de amigos a puerta cerrada: entonces Nico Osiris y los íntimos, en primera fila ante la pantalla gigante de vídeo que ostentaba el local, empezaban a mostrar su verdadera personalidad. El hedonismo de unas copas, unos porros y una película porno hacían que el reloj volara para Nico Osiris; un inmenso sofá, luces tenues y algo de música mientras tod@s se refocilaban disfrutando del trofeo: el descanso del guerrero. Algunas veces coincidió que estuve presente por casualidad allí, durante estos ratos excepcionales… no por contarme entre la pandilla de Nico Osiris, claro, yo sólo era un cliente de última hora; más bien el cliente era Seco Moco, encargado de pagar las orgías de bourbon que a la sazón nos corríamos entre risas, radioaficiones, política, poesías y filosofía (práctica, claro, aunque yo lo compatibilizara estudiando también la teórica y académica por el día). Nuestros infinitos temas de conversación eran observados, casi escrutados, por Nico Osiris con una curiosidad que se le salía por los ojos; creo que nos veía más felices de lo que se consideraba a sí mismo, así es la vida.

Una noche como otra cualquiera, allá por el ’84, Seco Moco y yo quedamos en el Osiris para celebrar a todo trapo el resultado del Referéndum sobre la OTAN; poco a poco fue cayendo la noche y nos aguó la fiesta, como puede imaginar quien lea estas líneas. Aquella derrota: más que un jarro de agua fría representó un cambio de paradigma, pues mezcló el desencanto final de la política con una indiscutible misantropía. A partir de entonces cambió mucho mi vida; también mi relación con Nico Osiris.

Más o menos después de aquel día, creo, cuando nos encontrábamos por la calle me interpelaba sin mucha fe con la finalidad de indagar mi relación con Seco Moco, para ver si yo saldaba deudas ajenas con la misma facilidad que bebía bourbon… y comprobó que no.

Continuó mirándome mal años más tarde, cuando yo empecé a frecuentar el Osiris ahora como parejita de Dolores BABÁ. Nico Osiris me miraba de hito en hito, insistente desde el parapeto que era su barba; siempre afeitada pero con el rostro macilento: tupida y negra como pueda serlo la de un fontanero.

 

 

Sonido

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