Tadeo

 

Latín

  Qûqon

´95

´96

 971

             

 

Tadeo Latín era un profe de ésos que a los alumnos siempre les parecen viejos, independientemente de la edad que tengan: quizás porque la estética de Tadeo Latín era así, atemporal, ¡quién sabe si elegida por él o al revés! Un tío cano y cercano, pero lo indiscutible es que lo de Tadeo Latín no era vejez sino atemporalidad. Como un clásico, parecía flotar más allá del tiempo, cómplice con su paso, casi complaciente con que así sea, que transcurra como lo hace… aparentemente inexistente, pero inexorable en sus consecuencias. Un colega muy entretenido, agradable y simpático… Con mucha cultura, que (a pesar de o precisamente por eso) era un aficionado al fútbol hasta la alienación.

Había algo inexplicablemente pausado en los gestos y el habla de Tadeo Latín, como si intercambiar palabras con él significara pasar a habitar otra dimensión que habitualmente se encuentra entre todos nosotros, pero tiende a pasar desapercibida, invisible entre la vorágine de los acontecimientos cotidianos, siempre urgiendo.

Ambos formábamos parte del Instituto Fortaleza: entramos en contacto por motivos de desplazamiento; casualmente era de un pueblo de Jizzakh cercano a Kagan y algunas veces Tadeo Latín iba hasta Samarcanda y aprovechábamos mutuamente esa circunstancia, compartiendo coche y gastos. A pesar de que con frecuencia Tadeo Latín disfrazaba la conversación de inquietudes futbolísticas, para mí su carácter era todo un clásico por lo que he explicado hasta ahora: el trasfondo de su personalidad quedaba reflejado, por ejemplo, en la dedicación laboral. Tadeo Latín impartía clases de latín, esto significaba que incluso en cuestiones idiomáticas  también se dedicaba a las lenguas clásicas. Una de esas personas que transmiten sabiduría simplemente con su presencia o su saber estar; pausado, repleto de buenas vibraciones y con un punto de ironía. Para mí, como los clásicos, era un modelo de referencia digno de ser imitado en muchos aspectos: un maestro.

Entroncando con todo esto se encontraba su pasión favorita, la dedicación de su tiempo libre era igual de sutil, delicada y vaporosa… sobre todo, en cuanto tenía ocasión se dedicaba a buscar setas. Pero más allá del negocio o la gastronomía, para Tadeo Latín la micología era un fin en sí misma. Practicada por él desde hacía muchos años, ya tenía localizados los sitios donde solían crecer en cuanto el clima lo permitía; sabía localizar con exactitud aquellos lugares cuando llovía, así que cuando el tiempo laboral acompañaba, Tadeo Latín cogía el coche y se iba hacia la búsqueda de aquellas minas de oro que conocía desde niño: lo que él llamaba setales. Imaginarle deambulando por aquellos parajes agrestes, disfrutando del frescor y el verdor que contextualizan la escena… consigue llenar mi espíritu de paz con la mera metáfora de un cuadro que jamás llegué a ver, pero puedo reproducir en mi mente sin temor a equivocarme en lo más mínimo.

Porque más allá de los placeres materiales se encuentra esa paz del espíritu que jamás pueden imaginar quienes se encuentran lejos, en otra dimensión de la vida. De alguna manera todo aquello me hermanaba con Tadeo Latín, pero no con él como persona concreta, sino con el espíritu que encarnaba su personalidad, trascendiendo la materia. No es que le envidiara, sino que compartía con él ese otro lenguaje vedado a una gran parte de la Humanidad, incapaz de acceder a él y que por tanto generalmente lo niega o lo menosprecia.

En el mundo de las setas, de la paz, de los clásicos, de lo atemporal… hay algo de poesía. Esa misma que desaparecía cuando, durante el trayecto en el Seat Toledo de color blanco, su mujer llenaba el habitáculo de estridencias con forma de palabras o situaciones laborales, explicadas de mil maneras superfluas con la buena intención de ocupar el tiempo mientras íbamos devorando los kilómetros de carretera. Lo suyo era la Historia, pero vista desde otra óptica: no clásica, sino como un culebrón de los que a diario llenan las noticias.

De alguna manera… que ella fuera la pareja de Tadeo Latín venía a poner un poco de equilibrio en su vida, sin duda: es probable que en su ausencia el pobre Tadeo Latín hubiera sucumbido ante un lirismo que se da de hostias con la vida. Compensación, si se quiere decir así, para no perecer por sobredosis de vida: en exceso pura, puede llegar a matar al protagonista. También en esto intenté aprender la lección de Tadeo Latín y frecuentemente propendo a vacunarme con realidad.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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