Pablo

EME

 

´81

´85

 932

             

 

La plantilla de aquel Instituto[1] de Secundaria llamado Tele Visión no tenía nada de especial, por tanto estaba plagado de arquetipos. Seleccionar a Pablo EME de entre ellos para realizar una reseña es algo totalmente arbitrario: el único sentido que tiene es acercarnos a aquel individuo, que fue quien me inició en algo que hasta entonces yo no había conocido más que de oídas: la filosofía. Sin saber qué era más que por informaciones de colegas y conocidos que –como suele pasar siempre– no sabían de qué hablaban.

La filosofía: era el curso ’81-’82 y por las fechas lectivas, septiembre. Pablo EME apareció en clase con su pinta desgarbada, llevando aquellos vaqueros gastados que con frecuencia llenaban los bolsillos con sus manos. Barba tupida, risueño y pretendidamente cercano, casi un colega… al menos su intención era pasar por tal. Mínimamente problemático, enseguida Pablo EME nos acercó como primer paso al mundo de la Lógica, con sus mecanismos mágicos y tan matemáticos que me hacían recelar de la disciplina.

Pero Pablo EME tenía dotes pedagógicas y finalmente resultaba accesible la materia; más tarde llegó el segundo bloque de la asignatura, todo: los temas introductorios, como la Psicología, la Ética y tantas ramificaciones inmensas… tratadas tangencialmente para no asustar ni espantar a las imberbes criaturas.

Ambos bloques resultaban complementarios, algo soportable… casi entretenido para mi incipiente mentalidad investigadora en el marasmo de la condición humana. La guinda fue al año siguiente, también impartida por Pablo EME la Historia de la Filosofía parecía un ladrillo indigesto que venía a demostrar que la del curso anterior sólo había sido una pequeña muestra de cuanto a lo largo de la Historia de la Humanidad había dado de sí el asunto. Pablo EME lo llevaba bastante bien, aunque no era ni mucho menos una figura catalizadora de energías adolescentes: como tampoco capaz de seducir hasta llevarte a la zambullida en la Filosofía.

Recuerdo un día cualquiera, en el que Pablo EME explicaba el argumento ontológico de san Anselmo para demostrar la existencia de Dios… aquello de que el ser más perfecto tiene que existir, pues si no habría otro superior a él: además de tener todas las perfecciones posibles, existiría. Yo estaba acabando unos ejercicios de inglés para la clase siguiente, pues no había hecho los deberes aquel día… pero al oír aquella argumentación no pude por menos que levantar la mano y preguntar: “Y a ese hombre, ¿quién le ha dicho que existir es una forma de perfección?” “¡Ésa es una de las objeciones que se le plantearon, muy bien! ¿Ya te has mirado el libro…?” –contestó Pablo EME sin saber que yo estaba con el inglés entre manos… En fin, ahí quedó la anécdota.

Poco después abandoné el instituto tras haber acabado la Secundaria, me fui a la Facultad de Derecho. Algunas veces Pablo EME y yo nos encontrábamos por la calle y se paraba para charlar conmigo, preguntarme qué tal me iba con aquello del Derecho. Conversaciones afables que jamás interpreté de otro modo (aunque las malas lenguas ya en el Instituto Tele Visión hablaban de su condición homosexua, algo que jamás tuve elementos de juicio para confirmar ni desmentir); aquel hombre, que era titulado en Psicología por la Universidad Fanática, se complacía intercambiando conmigo impresiones sobre la realidad, etc.

Así fue hasta que me cambié de Facultad y de carrera para empezar a hacer la de Filosofía. Desde el día en que se lo comuniqué, las siguientes veces que nos encontramos por la calle fueron sólo de saludo en marcha: jamás se detuvo ya a hablar conmigo desde entonces. Imagino que temeroso de perder autoestima si yo llegaba a decirle alguna vez lo inútil que había sido como profesor de Filosofía. Pero yo jamás lo habría hecho, no soy de esa manera; ni siquiera le habría dicho la verdad objetiva: que si yo había llegado a estudiar Filosofía no había sido gracias a sus enseñanzas, sino a pesar de ellas. Principalmente la de haberme trasmitido la sensación de que la filosofía era un auténtico coñazo: infumable.




[1] Prostiputo, que decíamos en la época, a mis 14 añitos…

 

 

Sonido

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