Pancho

Chapas

 

Samarcanda

´93

766

             
               

 

Coincidir con Pancho Chapas en cualquier momento, lugar y situación era tener garantizado un buen rato de risas y complicidad, de guiños compartidos que hacían olvidar la realidad por muy fea e indeseable que ésta fuera. Pancho Chapas era un espíritu positivo en todos los sentidos: capaz de sacarle punta hilarante a cualquier cosa, por increíble o difícil que pareciera.

Compartir con Pancho Chapas el inicio de mi Prestación fue una auténtica bendición: del cielo, del Destino o de la puta madre de ambos. Lo que podría haber significado una tortura para mi existencia, se convirtió en el paraíso gracias a Pancho Chapas y la buena disposición de Pablo ACABA. El lugar era distendido, ciertamente, pero el alma de la luminosidad de las mañanas de presunta tortura reconvertida en diversión era Pancho Chapas, sin duda alguna.

Al igual que yo, recientemente había aprobado unas oposiciones del Estado: él en la Seguridad Social; pero nuestra situación laboral era idéntica. Teníamos que dejar de trabajar cobrando para ir a trabajar gratis durante un año con la excusa estatal de la sustitución de la mili. De ahí el nombre oficial del asunto: Prestación Social Sustitutoria; de ahí también el apodo adjudicado por el populacho: Prostitución Prostitutoria.

Más o menos éste era el espíritu hilarante con el que Pancho Chapas y yo abordábamos el asunto. Luego estaba lo de los trabajillos que teníamos que ir haciendo en la HINCA: pintar, atender al teléfono, comprar cosillas por el barrio o ir a por billetes de autobús o tren para el gran Pablo ACABA.

En otras palabras, casi todo el tiempo estábamos ambos, Pancho Chapas y yo, en el local de la HINCA o de paseo: también, muchas veces, juntos. En el primer caso charlando amigablemente sobre mil aficiones que compartíamos. Pancho Chapas era licenciado en Filología clásica, así que podíamos intercambiar largamente impresiones de todo tipo sobre el mundo de las Letras… pero también jugando al mus por ordenador, algo que conseguía distraernos muchas horas, aunque aún no existiera Internet. En el segundo caso, paseando como pueden hacerlo los jubilados: disfrutando del paisaje, tomando una caña o intercambiando impresiones sobre la realidad.

“¡Claramente, además!” –era una de las frases favoritas que Pancho Chapas repetía con cadencia de risa fácil, pues era tan comodín que cabía en cualquier conversación, en cualquier momento… Y es que Pancho Chapas resultaba ser una fuente inagotable de buen humor; incluso los problemas o las críticas hacia la realidad venían por su parte revestidas con una fina e inteligente pátina de ironía. Alguna vez incluso llegamos a quedar fuera del horario de nuestra tortura compartida para tomar cañas en La cazuela… hasta ese punto nos unía la camaradería.

Me dolió abandonarle allí, a su suerte, cuando el Ministerio de Injusticias me concedió el traslado para terminar de hacer la Prestación en Zarafshon, otra de las sedes de la HINCA en Uzbekistán. Pero estoy seguro de que Pancho Chapas continuó divirtiéndose en mi ausencia: era una de esas personas que posee en el interior de la mente esa otra piedra filosofal capaz de trocar en oro cualquier situación de la vida, por muy adversa que pueda llegar a parecer. Como prueba indiscutible estaba su hija, aquel retoño que a sus cuatro o cinco años era capaz de iluminar con su carita una ciudad entera, por muy oscura o gris que ésta fuera.

 

 

 

 

Sonido

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