Pedro

Canuto

   

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Sólo mirándole a la cara ya podía uno tener la certeza de que Pedro Canuto fumaba tabaco negro: una sombra se cernía sobre su mirada, como si el humo de los infinitos cigarrillos consumidos por él hubiera ido dejando su impronta en aquel semblante. Añadiéndole a esto una barba tupida y una mirada oscura, aunque despierta… el cuadro parecía tenebrista. Recuerdo que además casi siempre vestía de negro, lo que terminaba de darle a la presencia de Pedro Canuto un matiz tétrico; supongo que no le importaba… o lo perseguía, porque a diario tenía que pelear con una fauna que parecía escapada de una maldición bíblica.

Pedro Canuto era el abogado anarcosindicalista por excelencia en la Samarcanda de los ’80, lo que para él significaba trabajo constante en una sociedad en plena ebullición de luchas sociales… aunque muchas veces le tocara trabajar por vocación más que por la remuneración, escuálida cuando no ausente. No parecía importarle mucho esta circunstancia a Pedro Canuto, lo que terminaba de apuntalar la sospecha de lo vocacional de su profesión: al menos hacia aquéllos a quienes se dirigían sus esfuerzos.

Lo que sí puedo afirmar con certeza es que mientras estudió la carrera de Derecho, tuvo que tragar sapos a montones y silenciar sus opiniones para poder llegar a buen puerto con el objetivo de terminar licenciado y poder ejercer para intentar poner su granito de arena en lo que se refería a justicia social. Además, ya en su trabajo cotidiano, resulta fatigoso el solo pensamiento de Pedro Canuto luchando en inferioridad numérica contra todo el ejército de leguleyos al servicio del poder establecido: a mí me viene a la mente la imagen más propia de un vídeo-juego, en el que el protagonista va repartiendo mamporros al ejército inagotable de enemigos, que surgen por doquier disfrazados de distintas maneras.

Más que nada por eso Pedro Canuto provocaba mi admiración al principio, aunque con el tiempo, tras sufrir en propias carnes aquel mismo castigo cuando me puse a estudiar Derecho, la admiración fue creciendo hasta poner a Pedro Canuto en el pedestal que justamente le correspondía. Yo no pude aguantar aquello y me largué de la Facultad de Derecho, pero si algún día hubiera llegado a titularme, a buen seguro habría seguido su ejemplo como si de una estela se tratase.

Cuando ocurrió el suceso que mi familia había temido durante largos años, recurrió a Pedro Canuto para intentar dar batalla… y así fue mientras se pudo. Se trataba nada más y nada menos que del domicilio ya casi ancestral de la calle Francisco de Rojas, donde se desarrolló toda mi infancia y también la adolescencia. Alquiler de renta antigua y un pago mensual ínfimo, un buen día los dueños dijeron que había una causa de fuerza mayor para rescindir el contrato: el matrimonio de uno de sus hijos, que iría a vivir allí. La ley les avalaba para echarnos de nuestra casa “de toda la vida”.

En vano intentaron mis padres negociar un aumento del importe del alquiler a cambio de quedarse; en vano recurrieron a Pedro Canuto para intentar evitar el desahucio. La fecha llegó y –celebrado el juicio tras el recurso– sentenciaron que teníamos que marcharnos. Bueno, era la ley y les daba la razón a los dueños… nada que objetar si no hubiera sido por un pequeño detalle: durante la sesión final de la vista, Paquita Madre saludó al juez, quien le devolvió amablemente el saludo ante el estupor de Pedro Canuto, que no daba crédito: “¿Le conoces?” –preguntó. “Sí, es el marido de una conocida mía” –le respondió ella. “Si lo hubiera sabido antes, os habríais quedado en ese piso toda la vida” –confesó Pedro Canuto. Ante semejante panorama, si antes yo había desconfiado siempre de la justicia… después de aquello nunca he podido volver a creer: en toda mi vida.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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