Petronio

 Ucronía

 

´92

´99

 940

           

El Ucronía era un territorio común para todos los colectivos marginales de Samarcanda, lo que constituía su principal mérito. A ello contribuía, sin duda alguna, el espíritu y la presencia de Petronio Ucronía. Pocas personas más afables, comprensivas, pacientes y tolerantes he conocido que llegaran a los niveles que le caracterizaban; lo que desconozco y creo que jamás llegaré a saber con certeza, que estará sólo en mi imaginación, es si aquello era gracias a su experiencia vital o por el contrario permanecía en su carácter a pesar de todo lo que Petronio Ucronía había pasado en la vida.

Tradicionalmente Petronio Ucronía había sido parte de ese colectivo de artesanos que durante muchos años había estado sobreviviendo en el Rastro y en la plaza del Corro gracias a las artesanías con las que comerciaba, mayormente los fines de semana.

Petronio Ucronía era rico, aunque él no quisiera saberlo ni tuviese una fortuna de dinero. En primer lugar, porque no creer en la riqueza material le colocaba más allá de toda clasificación materialista. Y después porque su capacidad de supervivencia con lo mínimo le hacía formar parte de ese colectivo de ricos míticos que hacían bueno aquel dicho que reza “no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”. Lo cierto es que Petronio Ucronía era austero, pero no pobre: conocía de sobra la esclavitud que caracteriza al individuo que se deja llevar por las apetencias y deslumbrar por los cebos materiales hasta acabar devorado por la vorágine consumista.

Petronio Ucronía era un personaje entrañable que siempre había sido alguien volátil, circulando por Samarcanda como el espíritu con apariencia humana que realmente era.

Cuando yo le conocí, allá por el ’92, ya le tenía visto por las calles de Samarcanda, aunque no me había fijado especialmente en él; llamaba la atención su atuendo hippie, que caracterizaba su estética en cuanto a la forma de vestir… pero también su fisonomía hacía juego con aquella especie de uniforme característico de la generación anterior a la mía. La cara sonriente, la barba poblada, la barriga bonachona, los modales de un colegueo y cercanía que para nada conocía ni reconocía forma alguna de superioridad… eran algunos de los rasgos típicos de Petronio Ucronía, pero también de muchos otros habitantes de sus círculos sociales.

Materializarse, personificarse en camarero del Ucronía le otorgó más entidad, si cabe. Convirtió a Petronio Ucronía en un mito de carne y hueso, localizable. Accesible. Y era el espíritu del Ucronía: capaz de la tolerancia, la comprensión y la paciencia. Tomar algo teniendo a Petronio Ucronía tras la barra significaba una especie de reconciliación con el Universo. Su trato hacía del mundo algo más amable, más accesible, más humano. Muchas veces: de ratos derrotados, de energías bajo mínimos, de desesperación concreta o abstracta… charlar con Petronio Ucronía mientras te agarrabas a una cerveza te daba alas. Te hacía elevarte, despegar y volar por encima de toda la pobre materia hasta más allá de cualquier mundo…

Las dimensiones desaparecían tras un gesto o una sonrisa, conseguían quitarle al mundo todo el hierro que en realidad no tenía. Te dabas cuenta de que sólo era una percepción subjetiva que se diluía…

Lo suyo era una lección de vida, mas no como discurso sino como ejemplo práctico y constante. Pero no por todo Petronio Ucronía esto censuraba a quienes actuaban de otra forma; más bien les compadecía por todo lo que perdían… sobre todo libertad. En general Petronio Ucronía casi nunca soltaba discursos teóricos sobre la sociedad utópica y anarquista que a él le habría gustado tener alrededor. Simplemente vivía, aunque implicado en movimientos sindicales libertarios, por ejemplo.

A mí Petronio Ucronía siempre me pareció un modelo de referencia: no para imitarle, pero sí para tomarlo como ejemplo. De hecho su figura continúa pareciéndome inspiradora… más allá de lo que haya sido de él, que lo ignoro.

Porque a Petronio Ucronía le perdí de vista al marcharme de Samarcanda… la última vez que nos encontramos, él llevaba un cochecito en el que paseaba a su churumbel recién nacido. Acompañado de la que se había convertido en la madre de su hijo y compañera de vida… una chica de lo más normal, por otra parte. Algo que no encajaba muy bien con aquella personalidad extraordinaria de Petronio Ucronía, todo un referente, una institución para la Samarcanda heterodoxa y contestataria.

¡Cuántas complicidades llegamos a compartir sobre la barra del Ucronía! Una confianza que iba mucho más allá de las charlas en carretera o el común conocimiento de Dolores BABÁ, quien nos había presentado en su día.

 

 

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