Chulapos

   

Tashkent

´86

´92

868

             

Sin duda allí el todo era algo más que la suma de las partes: cada uno de los componentes del grupo Chulapos tenía su carrera, su vida individual… pero cuando se juntaban, sacaban a relucir una faceta hasta ese momento aletargada. Para mí esto era la demostración más clara y práctica de que el sentimiento del tango es algo presente en todo el mundo: en todos los mundos, aunque muchas veces sea formulado de maneras variadas, alternativas a la forma tanguera. Ello es así porque el tango es, esencialmente, sentimiento: aquello que nos hace humanos, nos humaniza; lo que nos diferencia de los animales… casi siempre. Pero lo de Chulapos era un intento de Tashkentear el lunfardo, una cosmología de la chulería en versión compadrito.

A los Chulapos yo les conocía sonoramente desde hacía mucho tiempo; incluso había asistido a alguno de sus conciertos: aunque minoritarios, movilizaban a la concurrencia. Pero una de las noches que actuaban en Samarcanda, allá por el ’91, la cosa se animó especialmente. Entre los pasillos del Arturo, lugar en el que tenía lugar aquel concierto, no sé cómo Joaquín Pilla Yeska y yo abordamos a los Chulapos en el primer descanso: y allí mismo, entre los corredores que daban acceso a los baños y el almacén del bar, empezamos a tomar chupitos con ellos mientras improvisábamos algún trozo de tango cantado a capela rodeados por los ruidos propios de las mazmorras.

El grupo era más carácter que otra cosa, porque dejaba mucho que desear tanto en calidad musical como en espíritu tanguero… pero la animación proporcionada por el alcohol, mezclada con la complicidad que compartíamos con ellos en el universo de los tangos, hizo el resto. Chupito va, risa viene, comentarios de todo tipo y buen humor a raudales. El público del Arturo empezaba a impacientarse porque el grupo no volvía al trabajo, el descanso se alargaba en exceso… así que les dieron un toque y abandonaron el pasillo para volver al escenario.

Yo les contemplaba desde la pista mientras actuaban; me parecía imposible que fueran los mismos que un momento antes se deshacían entre risas y chupitos en los pasadizos de aquel antiguo convento. Pero cuando llegó el siguiente descanso y volvieron a las catacumbas, me percaté de que efectivamente había dos Chulapos: el grupo oficial y el alternativo. Este último era mucho más entretenido, sin duda alguna. Pasaban a un segundo plano sus carencias musicales y sólo importaba la vida en su faceta más Garufa, uno de sus tangos favoritos. Pero esto resultaba lo de menos, porque lo fundamental estaba en el aire: algo así como la constelación que agrupaba el espacio, el tiempo y el espíritu, convirtiéndolos en música.

Allí cada uno de ellos dejaba de ser átomo aislado para convertirse en un conjunto que devenía bomba atómica. Lejos quedaban ya los tiempos en los que yo escuchaba sus canciones desde fuera: aquella noche del ’91 se produjo una fusión tanguera que trascendía con mucho el mundo espiritual, el estético y más aún el universo de la materia.

Cuando al día siguiente monté en el autocar que me llevaría hasta Jizzakh, donde me interesaba yo por asuntos sentimentales, lo que menos esperaba era encontrar a los Chulapos camino de Tashkent: algún problema con sus vehículos había dado con los huesos de aquellos elementos en los asientos que se encontraban junto al mío.

El viaje, aunque corto, me resultó aleccionador; un viaje de resaca, podría llamarse… la suya y la mía. Muy diferentes ambas en la forma, pero compartiendo la esencia, que es de la fiesta su ausencia. La vida me ofrecía la guinda para una histórica noche inolvidable: era contemplar aquella fama a la luz del día. Por supuesto… nada les dije de que yo estaba preparando mi Tesina sobre el tango; me habrían tomado por un intelectual reinterpretándolo todo erróneamente. Mejor así: histórica también para ellos.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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