El encanto bohemio del alcoholismo se disipa simplemente con el olor cotidiano de su aliento. Por tanto se trata únicamente de una seducción teórica y fugaz, atisbada en la niebla de los sentidos. Sólo se da en la madrugada y en según qué parajes. Con lobo, casi siempre. Hablamos de Viajante y sus personajes satélites.

Son los ’80: Viajante es el hombre que vive en una pensión. Trabaja y hace vida normal, pero por diferentes circunstancias no tiene domicilio. Quizá prefiera la distancia y el anonimato de quien vive en una pensión, sin más preocupaciones que la soledad o la búsqueda de diversión. Quizá su familia viva en otra parte y Viajante no quiera tener dos hogares. Pero su trabajo, quizás por el sueldo, quizás por lo precario… tampoco le permite trasladarla hasta la ciudad donde él reside por motivos laborales.

Así es Viajante. Oscuro y ceniciento en la esencia, pero más si cabe porque le toca sufrir una circunstancia que a nadie agrada. Vivir en una pensión es algo parecido a estar ingresado en el hospital, aunque las causas no sean del mismo tipo.

Por eso Viajante para Araceli BÍGARO era un tipo especial de amigo, aunque les separasen 30 años de edad. Araceli BÍGARO siempre decía que Viajante era guay, aunque no supiera explicar muy bien por qué. Compartieron pensión cuando Araceli BÍGARO llegó a Samarcanda en el ’85. Poco tiempo después Araceli BÍGARO se trasladó a la pensión en la que descubrí El perfume y el Quorum, entre arrumacos adolescentes.

Viajante siempre estaba ahí como una referencia, una sombra incognoscible aunque intuíble. Olor a tabaco, amenaza de depresión, no sé… Viajante era una espada de Damocles, tan segura como la certeza del futuro. La empatía con el fracasado ¿no será un anticipo, una tentación de autocompasión en el futuro?

Viajante en su pensión guarda un misterioso paralelismo con las ideas buenas que no son “trabajadas” artísticamente: diamantes en bruto. Aunque prometen, no sirven para nada por sí mismas.