Joaquín

Marqués

Angren

´94

´99

380

           

 

Por circunstancias variopintas de la existencia, a Joaquín Marqués le había tocado ser un elemento discordante de la vida. Una de esas personas que vamos encontrando a medida que discurrimos por la aventura de nuestro itinerario vital… Por un lado parecen estar fuera de lugar, pero por otro se nos antojan necesarias para el equilibrio de un conjunto que de otra manera quedaría descompensado.

Le conocí en septiembre del ’94, cuando llegué a Angren para dar clases durante el curso que entonces empezaba. Joaquín Marqués era conserje del Instituto Juan Montalvo. Como es de público conocimiento, un conserje en según qué entornos resulta poco menos que un capitán de barco… En el caso del Instituto Juan Montalvo había dos: Tasio Conserje y Joaquín Marqués. A cada cual más peculiar.

Joaquín Marqués podía hacer prácticamente de todo por lo que se refiere a las tareas asignadas por convenio a un conserje como personal laboral (que se dice en la jerga ministerial). Casi infinitas.

Pero no sólo eso. Los escasos ratos en los que se apaciguaban los ánimos de cara al exterior y las batallas se resolvían en el ámbito del aula[1]Joaquín Marqués agarraba su guitarra y, desde la paz de la conserjería, regalaba a las paredes acordes de música clásica. Ensayada igual que un náufrago practica la caligrafía. Con el único objetivo de poner un mensaje sin destinatario concreto en el océano de soledades que es el mundo exterior.

Casi nadie se lo agradecía, claro, enredados como estaban en la telaraña de sus propias trampas mentales… que así les privaban de un acceso tan sencillo a la belleza cotidiana.

Por lo demás Joaquín Marqués era un tío simpático y cercano. Abierto de mentalidad. Enseguida conectó con el grupo que formábamos los interinos de aquel año[2]

Tuvimos en Joaquín Marqués a un aliado tan dispuesto como versátil en la cuestión de resolver el problema cotidiano de la comida. No era un contratiempo menor, pues al tener horario partido –de mañana y tarde– nos íbamos turnando en la tarea. Joaquín Marqués se sumó a la rueda, de manera que ésta funcionaba a pedir de boca, nunca mejor dicho.

Así, durante las escasas (de tiempo) sobremesas nuestras de cada día, nos fuimos conociendo un poco más… Fuimos descubriendo que Joaquín Marqués era una rara avis en medio de aquella turba de habitantes de Angren. De hecho él era oriundo de Tashkent, pero había acabado en el exilio voluntario de las montañas de la zona. Debido a una concurrencia de circunstancias bien peculiar. De un lado su vocación de anacoreta, que le había forzado a huir de la capital de Uzbekistán… De otro, su actitud durante alguna huelga, boicoteando fotocopiadoras… El conjunto había dado con sus huesos en Angren.

Por fortuna para Joaquín Marqués: gracias a eso, sus ahorros y mucho tesón… había conseguido iniciar el proyecto de su vida. No era otro que construirse una casita en medio del monte. Lejos de todas partes. Su reducto, la torre de marfil a la que todos de alguna manera aspiramos en nuestros sueños misántropos. Un lugar al que no lleguen los indeseables.

Era su doble vida: la real, como conserje; la deseada, como hippie-ecologista. Las combinaba lo mejor posible, moviéndose entre ambas con su 4L ocre que le permitía trasladar herramientas por el Valle de Angren y desplazarse con la soltura que requiere el contacto constante con la Naturaleza… Algo que permite el trabajo de conserje. Siempre volátil, gracias a los inagotables recados que requiere el centro de trabajo en el mundo exterior.

Así iba por el mundo Joaquín Marqués, moviendo alegremente al viento su melena (que le llegaba por la cintura) y su barba (que le llegaba por la barriga). Entre alegres escarceos por el aguardiente de Angren y coqueteos con el mundo vegetariano.

Charlando con Joaquín Marqués, viviendo ratos a su lado[3], quedaba patente lo patético de los trabajos que nos habían hecho coincidir en la vida. Por mucho que se empeñara en ir más allá, éste sólo era eso, un trabajo… Ello no restaba importancia a todo lo demás, que compartíamos: una forma de ver el mundo.

Así que los fines de semana[4] dábamos rienda suelta a la vocación de perdernos por la Naturaleza. Explorando senderos por unas montañas afortunadamente inacabables… O descubriendo pueblecitos, rutas y paisajes con mil matices de diferencia, pero igualados por formar parte del Paraíso.

Todas aquellas excursiones, así como trabajar con Joaquín Marqués en las infinitas tareas pendientes para ir mejorando su futura casa[5]… resultaban unos trabajos que no parecían sino pasatiempos de aprendizaje. Cargados de buen humor como puede estarlo cualquier arma. La guerra era ésa, contra el aburrimiento… y estaba ganada.

Pero además de toda aquella complicidad, estaba también el asunto no menos cómplice de su ayuda desinteresada hacia mis dolencias de la época. La cuestión de mi hematuria recurrente se vio socorrida con la recomendación de Joaquín Marqués para que visitara a Ignacio TACO. Gracias a este cable, lo que Joaquín Marqués llamaba “la dieta vegeta”: pude superar aquella época, sin duda.

Joaquín Marqués podía ser asimismo cómplice de oscuridades espirituales. O también era capaz, por ejemplo, de hacer pan… Así como mil facetas más que siempre resultaban sorprendentes. Además de salir a tomar copas o intentar ligar de las formas más insospechadas. Sin duda era versátil y entretenido.

Una mañana cualquiera de principios de curso, al llegar al Instituto Juan Montalvo me encontré un ambiente de revuelo. ¿Qué pasaba? En la Sala de profesores había un tipo que decía ser amigo de Joaquín Marqués… Bromeaba, vacilaba a todo el mundo por igual… Cogió una guitarra y empezó a tocar. Poco a poco fueron atándose los cabos por sí solos: era Joaquín Marqués en persona.

Su disfraz era perfecto, simplemente consistía en haberse quitado el que llevaba habitualmente. Se había cortado el pelo como cualquiera y se había afeitado la barba por completo. Era otro siendo el mismo. Daba el pego. Se había disfrazado de persona normal.

Desde aquel día Joaquín Marqués ya no abandonó el nuevo disfraz… Resultaba secundario si el motivo había sido el que se comentaba: intentar ligar con una interina que le gustaba pero ni así le hizo caso.

Se quedó con el atuendo, puesto que le abría infinitas puertas. Muchas más que la sinceridad y la imagen auténtica que había vestido hasta ese momento, evidentemente. Atrás quedaba incluso el motivo de su apodo. Procedía de un fin de semana que había invitado a su casa a conocidos suyos de allende el Valle de Angren… Uno de ellos regresó a la civilización contando[6] su estancia en casa de un marqués que había decidido retirarse del mundo. Desde entonces él era Joaquín Marqués y su finca “el marquesado”.

Versátil, autocrítico, capaz de reinventarse… Todas estas características hacían de Joaquín Marqués un tipo digno de admiración más allá de cualquier etiqueta. Acabó mi curso en Angren y abandoné el Valle… pero al año siguiente, en Djizaks, mantuve el contacto con él.

Máxime cuando conoció a Bego Ref. Joaquín Marqués[7], pues la familia de ella era de un barrio al que Joaquín Marqués llamaba del Frenillo… y sus viajes eran frecuentes.

Años más tarde, con nuestras vidas ya definitivamente separadas, incluso allá por el ’98… llegué a hacerle una visita al marquesado[8]. Más tarde él me devolvió la visita a Samarcanda, para conocer La Tapadera.

Mucho después, difuminado por los años en la distancia… si alguna vez su figura se apareció en mi vida, lo hizo como suelen hacerlo los fantasmas. Para contarme, entre otras cosas, que tuvo que renunciar a su sueño verde. Reciclado en persona normal, padre de familia con preocupaciones iguales a las que tenemos el común de los mortales… ¡Quién sabe si no acabó devorándole aquel disfraz!

También puede que ocurriese a la inversa y se tratara de su victoria sobre aquella tendencia juvenil que un día llegó a parecerle la vida misma.




[1] Es decir, los momentos en que toda la jauría de alumnos y profesores estábamos en el redil, dando clases a puerta cerrada.

[2] José César SOSO, Jacobo RARO, Pedro COME y yo mismo.

[3] Casi cada tarde, paseos por los alrededores de Angren, en aquel paisaje inagotable, idílico.

[4] Para mí eran una especie de exilio obligatorio en Angren, al no saber conducir y estar en un lugar mal comunicado, muy lejos de Samarcanda.

[5] Aún no se podía vivir en ella por falta de condiciones adecuadas.

[6] Imaginación calenturienta.

[7] La que sería su futura mujer y madre de sus hijos.

[8] Acompañado de Jacinta HUMOS, para que Joaquín Marqués conociera mis nuevas dedicaciones parejiles.

 

 

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