Alejandro
  Cuba   ´95   707

 

 

Amigable y cercano, deseoso de explicar su perspectiva de las cosas: sabiendo que con algo tan simple podía derribar inmensos rascacielos de tópicos construidos como mitologías negativas alrededor de su país, Cuba… tantas y tantas leyendas que se han ido forjando para mayor gloria de la “narración del enemigo”, que tan poco tiene que ver con la verdad en caso de que ésta exista más allá de las interesadas especulaciones humanas.

Alejandro Cuba era, por así decirlo, el cicerone que me había correspondido en aquel viaje al infinito del verano del ’94. Y no era moco de pavo: Alejandro Cuba había luchado personalmente durante la Revolución cubana del ’59, ésa que instauró un régimen comunista en la isla. Con ello se había dotado de un bagaje tan extraordinario como poco apreciado en el mundo, porque Alejandro Cubano tenía conocimiento de los hechos a través de los libros de Historia (más o menos verdaderos, dependiendo de quienes los califiquen y/o elaboren), sino de primera mano.

Alejandro Cuba había hecho la revolución con sus propias manos, aunque sólo fuera un poquito. A mi entender esto le otorgaba una autoridad para hablar sobre éste y muchos otros temas, directa o indirectamente relacionados con la Revolución cubana. No una autoridad impuesta, sino basada en la autoría de la primera persona: la vivencia en primer plano de algo tan denostado desde el mundo occidental como supravalorado desde el propio país protagonista de tan singular suceso.

Bien es cierto que nuestra comunicación se hallaba mediatizada por infinidad de factores prestos a alterarla (la compañía de Dolores BABÁ y su etnocentrismo la más inmediata, aunque no la única), pero yo intenté zambullirme sin prejuicios en las vivencias, narraciones y excursiones de todo tipo compartidas con Alejandro CUBA, con esa disposición positiva que los antropólogos denominan “observación participante”. Así compartimos Alejandro Cuba y yo infinidad de experiencias, recorriendo en su utilitario varias poblaciones de Cuba (Varadero, Trinidad, Cienfuegos…) como si se tratara de una excursión de amigos, lejos del circuito comercial al uso: de hecho, los días que estuve/estuvimos en Cuba fue residiendo en su casa, en régimen de media pensión.

Pero Alejandro Cuba no se lo tomaba como un negocio, sino que se implicaba personalmente: mientras iba conduciendo su utilitario nos narraba infinidad de historias interesantes acerca de todo… desde costumbres, folklore o religiones cubanas hasta episodios de su vivencia combatiente durante la Revolución cubana

Simultáneamente ofrecía la posibilidad de disfrutar de Cuba en sus realidades cotidianas, pues me/nos llevaba por lugares interesantes o pintorescos, siempre aleccionadores. Y a la noche, camaradería sin parangón: una botella de ron cubano para aderezar la conversación de batallitas, nunca mejor dicho. Episodios que constituyeron sus experiencias durante aquella guerra… las horas pasaban en un vuelo de color añejo, sin aditivos artificiales que vinieran a desnaturalizar lo que era la personalidad de Alejandro Cuba… y de Cuba misma.

¡Canastos! Si aquello era la revolución, ¿quién no querría hacerse revolucionario? Alejandro Cuba era la esencia de Cuba, como tal: incomprendido por sus propios hijos, que se fijaban más en las carencias y eran críticos con todo el proceso, obviando los logros conseguidos.

No seré yo quien emita un juicio maniqueo sobre una Historia que sólo conozco por los manuales infinitamente manoseados para mayor gloria de la impotencia de quienes jamás podrán comprender el carácter humano, pues se encuentran mediatizados por su avaricia y los más bajos instintos que siempre habitan, permanentes e indelebles en el ser humano.

Pero sí que puedo agradecerles a las circunstancias y a la vida haber llegado a conocer a Alejandro Cuba, alguien tan infinitamente lejano de toda esa vorágine de mezquindades con las que a diario el ser humano se despedaza, impío. Por fortuna lejano.

 

 

Sonido

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