Juanjo

HINCA

 

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Juanjo HINCA era tan simpático como inquieto: mucho. Lo que suele llamarse un culo de mal asiento. Las cosas se le quedaban cortas y siempre quería ir un poco más allá… hasta el fondo o simplemente más adentro, depende de lo que se tratara… pero en este sentido era un chaval exigente. Dicho de otra manera: Juanjo HINCA era la típica persona a la que la sociedad defrauda, pues se presenta como amplia y tolerante, pero en cuanto uno se pone a cualquier asunto, enseguida aparecen los límites, que desencantan al más pintado. Seguramente éste era el caso de Juanjo HINCA desde su infancia, porque era un chaval sin estudios ortodoxos, creo recordar… aunque su inquietud y su afán por el conocimiento podían llegar a vencer incluso el desencanto.

Es probable que la afición de Juanjo HINCA por la marginalidad, su vocación para atender a l@s más desfavorecid@s socialmente, arrancase precisamente de ahí: pretender ayudar a las personas más necesitadas de apoyo, para que pudieran comprender que la realidad tiene otro nivel. Un doble fondo, por así decirlo; que no todo se reduce a ricos y pobres en una estratificación insalvable, sino que se puede salir de ese manido y envenenado esquema sin renunciar a las propias convicciones ni entregarse a la vorágine del capital, que todo lo divide entre buenos y malos…  hasta trasladarlo a las relaciones humanas, la política, los sentimientos o cualquier otro aspecto de la vida.

Creo que esta perspectiva anti-maniquea de la realidad estaba tras los planteamientos teóricos con los que basé mi exposición antropológica para formar a aquel grupillo de chaval@s que pretendían obtener la titulación para ejercer como monitor@s de campamento. Mi modesto papel en aquella formación era más que nada vocacional, porque nada recibí a cambio materialmente hablando… pero en la anónima encuesta final alguien se declaró vencid@ por mi docencia: estoy seguro de que era Juanjo HINCA, que decía algo así como “cuando me recupere de la hostia que para mí ha supuesto el presente cursillo…”

Algunos días más tarde, Juanjo HINCA y yo nos encontramos por la calle y nos saludamos efusivamente, huelga decir que se mostró infinitamente agradecido por mis clases, algo que a mí me congratuló sobremanera. Lo sigue haciendo hoy, porque mis heterodoxas enseñanzas no cayeron en saco roto: al menos una de las cabezas asistentes encontró algo más que el trámite  necesario para obtener aquel titulillo. El terremoto que Juanjo HINCA sintió en su conciencia no procedía de mi discurso, sino de los mecanismos que éste había desatado en su interior: una catarata gracias a ese destello que había conseguido abrir su mente. Como una llave entrando en la cerradura adecuada en el momento justo, porque tras aquello Juanjo HINCA no sólo fue monitor de campamentos, como pretendía.

La última vez que le vi, de esto hace ya más de 20 años, estaba ya metido de cabeza y corazón en ese universo fascinante que es el mundo al margen del mundo, la segunda realidad de la que con frecuencia se avergüenza la primera  por inmediata, hasta llegar a criminalizarla. Incluso creo que Juanjo HINCA acabó estudiando Psicología o Trabajo Social para dedicarse más profunda y competentemente a aquél que era su terreno favorito: un territorio donde la mayoría naufragamos por creerlo ciénaga. Le imagino feliz gracias –entre otras muchas cosas y casualidades, claro– a aquel fin de semana que le dediqué a la docencia.

 

 

 

 

Sonido

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