Conquistas imperiales

   

Kagan

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Aunque no dejaba de ser un enclave con ese rancio regusto imperial que poseen los lugares de vacaciones que la gente importante fue creando en los enclaves remotos, perdidos… se le adivinaba un cierto encanto, ya en decadencia. Supongo que durante los años ’60 era referente para unas gentes de allende; y en Kagan quedaba esa incierta sensación que deja en el cuerpo que te tengan en cuenta, aunque sea para aprovecharse de ti, de tu situación o lugar en el mundo.

Aunque haya una parte positiva y otra negativa, aunque sea sensación ambivalente, siempre es mejor eso que sentirse ignorado… al menos es la mentalidad de las gentes con espíritu flojo, que temen no existir si no es por las consecuencias del ser sobre el resto del mundo. No sé, todo eso impregnaba abstractamente mi espíritu cuando pasaba ante el edificio que tenía el cartel desvencijado en el que podía leerse: CONQUISTAS IMPERIALES. Por las ventanas entreabiertas y medio podridas, de una madera entregada sin remedio a los elementos, podía adivinarse cuántos niños habrían pasado por allí; casi diría que sus energías inagotables se habían quedado entre aquellas paredes, aunque ellos ya se hubieran marchado. Uno de esos lugares que consiguen conservar energías apegadas a la materia, gracias a las experiencias únicas que debieron de vivir sus habitantes durante la estancia en el idílico paraje de los alrededores de Kagan.

Las Conquistas imperiales estaban hechas una ruina, bastaba pasar ante ellas para constatarlo: techos hundidos, paredes en ruinas, maleza dominando el exterior y conquistando paulatinamente los interiores. Yo las recuerdo siempre así, aunque probablemente cuando las vi por vez primera, algún día camino de El pestiño, aún estuvieran funcionando… El paso del tiempo fue haciendo de las suyas, claro, como hace con todo: mi mentalidad y mi imaginación incluidas.

Pero siempre llevo asociada en mi memoria una sensación contradictoria, porque al igual que mi mente se veía impregnada por unas imágenes que nada tenían que ver con la materia, también mi imaginación alternativa, la que tiene más que ver con lo que podría ser, pero no es el mundo: intentaba colocarme en la hipótesis de que yo fuera una de aquellas personas que iba allí de vacaciones, para aprender un poco de la vida de los lugareños… siendo yo de la capital, no del pueblo.

Digamos que me colocaba en el lugar alternativo, para alterar la realidad que nos había tocado vivir: a mí y a esa otra persona desconocida. Me metía en su cabeza hasta tal punto que pensaba en mí como si los papeles estuvieran invertidos: algo así como el cuento de Cortázar La noche boca arriba, pero salvando las distancias, claro. Ni siquiera conocía entonces al maestro de la narración, aún.

Todo aquel proceso intuitivo de reencarnación imposible… de empatía, si se quiere, jamás llegué a formalizarlo con palabras.

Lo hago ahora, con la excusa de la prosa, descubriendo mi pasado de entonces a medida que lo escribo. Y al igual que aquel enclave de las Conquistas imperiales, supongo que podría repetir el esquema y el ejercicio con infinidad de lugares que habitan mis recuerdos, sean o no de Kagan. Lo mismo que la mentalidad de cualquier lector o lectora podría hacer sin duda con los infinitos episodios o las gentes de su vida, si así se lo propusiera. Quizás el musgo de las piedras que viven allí, en las Conquistas imperiales, la oscuridad de la curva que dibujaba la carretera… fueran el detonante.

 

 

 

Sonido

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