Galos

Pub

 

Samarcanda

´90

´94

 806

             

Como local, el Galos no era gran cosa: ni por el tamaño ni por la distribución de su espacio… tampoco por la localización, aunque se encontrase relativamente céntrico: ni muy alejado del Ayuntamiento ni desconectado de la zona Van Damme, que era lugar de bullicio cotidiano.

Pero la vocación del Galos era más bien equívoca; a fuerza de no tener mucha fama ni concurrencia, había adoptado una personalidad intermedia, de la hora del café para refugio de despistados. Aunque lo cierto es que el Galos también estaba disponible a horas nocturnas, pero pocas veces lo frecuenté ni a una ni a la otra franja horaria de sus ofertas.

Entre mis documentos sonoros de la época conservo una grabación realizada allí mismo, en la cabina musical del Galos mientras o durante el equívoco periodo en el que Seco Moco estuvo pinchando en la cabina del Galos; algo pintoresco, sí, pero cierto aunque parezca inverosímil.

Durante una buena temporada Seco Moco interactuaba por el Galos también como cliente; tomé unos cuantos cafés en su compañía, pagados por Diana Ref. Seco Moco: una alemana que a la sazón era su compañera de catre y jolgorios relacionados con aquella afición politoxicómana que ejercía el ínclito. Diana Ref. Seco Moco tomaba café en la terraza del Galos con nosotros y reía… no hablaba casi nunca y cuando lo hacía parecía que no dominaba mucho nuestro idioma: pero no sé si por ignorancia idiomática o por tener el cerebro bajo mínimos, perjudicado.

El Galos se dejaba hacer de todo, vamos: toleraba aquellas sesiones con un estoicismo digno de compasión. No dejaba de ser un lugar oscuro… no sólo por la pintura y la decoración, que también: pero sobre todo porque no se le podía adivinar el alma. A diferencia de otros baretos, que la declaraban abiertamente para que se acercasen los afines y huyeran los incompatibles. En el Galos parecía como si todo valiera, siempre que no fuera en exceso estridente o llamase la atención en demasía.

¿Se puede sobrevivir así? Pues sin duda: entre los garitos, igual que entre los humanos, hay un colectivo indefinido al que cuando se le interpela responde con la excusa de la tolerancia o la diplomacia… para evitar tomar partido. Queda la duda: ¿realmente lo creen o se trata de una forma de no mojarse para evitar el rechazo? O incluso para evitar ser conocido en su esencia, desvelar la auténtica y verdadera personalidad que tiene (o de la que carece)… quien así lo hace sin duda alberga un complejo de inferioridad que le hace infinitamente inferior a quien toma partido, aunque sea para equivocarse…

Cada día que el Galos permanecía abierto al público sin duda era una victoria pírrica que podía anotar en su HABER; pero tendría que haberlo hecho él mismo, porque no habría acólitos ni partidarios que llevaran a cabo esa tarea. Para el público en general era un “bar de relleno”, de ésos que hay a cientos y cualquier día cierran sin despertar un suspiro, una sorpresa ni un aspaviento. Algunos años más tarde pasé por delante del local alguna vez… no recuerdo siquiera si había cerrado o continuaba abierto. El callejón infecto donde habitaba el Galos no era lugar de paso, sino el hábitat que rodeaba el dominio de mi casero Facundo Casero, cuando yo vivía en Conde Drácula. Mis visitas a su domicilio eran de inquilino bienintencionado que va a firmar un contrato… nada que ver con el rol otrora maldito que pude llegar a ostentar en aquel tiempo mítico y oscuro en el que el Galos y yo nos comunicábamos, sin llegar siquiera a comprendernos.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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