Las armaduras

Cafetería

 

Samarcanda

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Muy señores en la apariencia, en la fachada y la simbología con la que se identificaba por principios y definición, Las armaduras era ni más ni menos que un garito de tapas y fritos para algún tentempié destinado a la gentecilla bien vestida de Samarcanda con ínfulas nobiliarias, pero que la mayor parte de las veces no pasaba de clase media. Ese tipo de personajes que se miran con frecuencia en el espejo para cuidar su imagen exterior, pero descuidan por completo la esencia: algo así era Las armaduras, cuya personalidad por tanto respondía cabalmente a la de su población flotante, sus habitantes habituales, llamados clientes.

Ese perfil típico de persona muy cuidada en la apariencia física que suele tener la cara hecha un asco; alguien preocupado por el qué dirán, sin el más mínimo respeto por la esencia misma de las cosas, las personas o los hechos. Por eso Las armaduras era una especie de reflejo social de un tipo de personalidad totalmente deplorable: muy respetuoso con las tradiciones independientemente de que éstas fueran deleznables.

Por ejemplo, en el asunto religioso… por allí recalaban grandes figuras socialmente reconocidas en el seno de la comunidad maracandesa: amigos y patrocinadores de las fiestas religiosas, sí, pero pisoteadores habituales de los principios que esas mismas religiones decían defender. O las fiestas: Las armaduras era lugar de reunión para todas las figuras de renombre relacionadas con los festejos más identitarios de aquella sociedad, resultaba indiferente que se basaran en la tortura animal.

En otras palabras, no es que Las armaduras y toda la purria que lo frecuentaba tuviera una doble moral: es que no poseía moral alguna, aunque se parapetara tras la fachada de un supuesto buen nombre religioso que a nadie engañaba. Sólo constituía una especie de autoengaño para dejar tranquila una conciencia evidentemente inexistente.

Eso sí: Las armaduras era un lugar de referencia con el que se llenaban la boca sus clientes con frecuencia. Vamos, un clásico en aquel ambiente enfermizo que se pretendía elitista. Las pocas veces que recalé por allí, se respiraba patología en el círculo de señoras pellejudas que abarrotaban el bar. De hecho, mi presencia en Las armaduras era sólo para complacer a mis acompañantes, principiantes en aquellas lides y que pretendían aprender continuidad en la cadena esclavizadora de espíritus débiles; para Satur MOPA o Gabi ASAS aquélla era la élite a la que les gustaría pertenecer cuando crecieran: la creme de la creme de Samarcanda.

Aquello apestaba a naftalina, como podrá comprenderse: es la única manera de conservar indemne cuanto se refiere a medieval y que pretenda perpetuarse en el tiempo. Por lo mismo, el lector alcanzará a entender el alcance de la alergia que me provocaba ya entonces… oír el nombre de Las armaduras desataba inmediata e irremediablemente mi rechazo entonces, al igual que lo hace a día de hoy: pero ahora con conocimiento de causa. Por lo que es y también por lo que representa, de todo aquello que resulta baluarte; Las armaduras es un símbolo de cuanto se reivindica como tradicional y pretende perpetuarse basándose en ese valor, escondiendo tras dicha falacia otra de sus verdades, pero infinitamente más importante, como es prescindir del tiempo para eternizar los privilegios y las costumbres… por muy rechazables que sean.

 


 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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