Indira

 

Ghijduwon

Ghijduwon

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Indira Ghijduwon había aprendido a convivir con su aspecto físico, intentando hacer de la necesidad, virtud. Más o menos como tod@s, aunque algunas personas acaben amargadas por no conseguir el aspecto que les gustaría tener… llegando en ocasiones a la cirugía como forma drástica de terminar con una trayectoria vital que les desagrada. Como si pudiera cambiar el futuro de su vida operándose las líneas de la mano: absurdo, ¿verdad? Pues es lo mismo, porque como decía Adolfo Domínguez: “el alma modela hasta los huesos”.

Pero Indira Ghijduwon no se arrepentía de su pasado, su origen de Ghijduwon ni sus raíces culturales celtas, que más bien fomentaba… aunque sin mucho entusiasmo. Trabajaba conmigo en aquella oficina que era la secretaría del C.D.M. de Kagan, donde con bastante eficiencia despachábamos los asuntos que nos encomendaban; como yo, Indira Ghijduwon era una auxiliar administrativa por oposición: inserta en Kagan y casi mimetizada con el entorno.

Por otra parte, dichos asuntos no revestían mayor dificultad, así que con esa alegría típica y propia de los esclavos que son bien tratados por sus dueños… enfilábamos cada mañana con buen humor y mejor rollo. Todo lo que se respiraba en aquel sitio tan llevadero que era el C.D.M. de Kagan.

Lo de Indira Ghijduwon era sobre todo pasar desapercibida, ir haciéndolo todo pulcramente y sin conflictos: una postura de lo más inteligente laboralmente hablando, que además en aquel entorno proporcionaba pingües beneficios en términos humanos. A Indira Ghijduwon le gustaba formar parte del engranaje que hacía funcionar aquel invento llamado C.D.M., no se planteaba nada más allá… al menos en horas de trabajo.

Después, en su tiempo libre, deambulaba por las calles y los bares de Kagan disfrutando de la cerveza y los porros, sin mayor dificultad, exigencias ni conflictos. En alguna ocasión llegamos a coincidir tomando copas por la noche en alguno de los antros típicos de mi pueblo e intercambiábamos hermanos en el garito como cambian cromos los niños: yo le pasaba imaginariamente a Valentín Hermano y ella a cambio me daba a mí a su hermana, de la que no recuerdo el nombre y a la que jamás llegué a verle la cara ¡ni en fotos! Una noche de conversación inspirada y ocurrente, llegamos a formalizar el trato de intercambiar Valentín Hermano por la suya[1]. Da una idea aproximada de lo perjudicados que llegamos a estar aquella noche.

Todo esto intuyendo algún tipo de posibilidad remota de contactar amigablemente entre nosotros dos, Indira Ghijduwon y yo, porque otro tipo de comunicación más carnal o sensual ya había quedado desterrada por la propia naturaleza que ambos respectivamente ostentábamos.

Aunque no llegué a caer en sus redes, percibí el peligro inminente un amanecer… El sol penetrando por la ventana de su casa tras la noche de alterne, el amanecer sorprendiéndonos tirados sobre su cama: fue el toque de atención que me hizo volver a la realidad: abandonar aquel paisaje de seis o siete personas de quienes ni me acuerdo. Vestid@s, tirad@s sobre una cama, comenzando ya el proceso de resaca… El cuadro que ofrecía la claridad del incipiente día entrando por la ventana era inmisericorde: para mi lamentable estado, sí, pero también para la imagen que llegaba hasta mí. La de una Indira Ghijduwon a quien los primeros rayos solares dejaban en evidencia por remarcar al contraste su vello facial. Rubio por fortuna, pero que al trasluz en poco favorecían sus rasgos regordetes, de muñeca pepona. Por mucho que el azul de sus ojos o la sonrisa franca con la que solía adornar sus gestos fueran propicios para el trato humano, entre nosotros no cabía posibilidad alguna de nada. Aparte de mi incipiente relación con Dolores BABÁ, algo que también lastraba mi situación de mil maneras en aquel pueblo.

Indira Ghijduwon era una chica que en condiciones adecuadas de luz y efectos del alcohol resultaba tan insinuante como receptiva, aunque a mí no me gustaba. Lo de Indira Ghijduwon era ante todo una actitud resignada por comprensiva… o al revés, no lo sé muy bien. En todo caso, algo fatalista. Lo peor que podía haberle pasado era encontrarse con un macho hijoputa: algo que yo no era y papel que tampoco quería interpretar, por mucho beneficio sexual que se adivinara en lontananza.

 




[1] Aunque no recuerdo nombre ni cara de ésta. Probablemente sólo la vi una vez… o ninguna.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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