Javier Lucas

Papiro

 

 

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Hablando con Javier Lucas Papiro uno tenía la sensación de que la conversación funcionaba con cadencia repetitiva: reiterando de forma constante una idea simple, casi machaconamente. A mí esto me acomplejaba, pues me sentía inmerso en un ritmo tan sencillo y simple como enervante. Algo así como haber caído en un bucle y no saber salir de él.

El caso es que Javier Lucas Papiro era amigable y con frecuencia coincidíamos en algún asunto de negocios: imprimiendo a precio de coste alguno de mis invendibles libros de la época, por ejemplo. Para mí aquel tipo era una mina de oro, porque al poseer una imprenta resultaba a mi entender la salida natural para mis escritos. Le conocí por mediación de Valentín Hermano y muchas veces las colaboraciones fueron a tres bandas. Pero como éste último estudiaba en Tashkent yo también muchas veces trabajaba con Javier Lucas Papiro de otras maneras: en ocasiones le transcribía manuscritos, lo que para mí suponía unos ingresos ideales… que de alguna forma posteriormente repercutían en beneficio de Javier Lucas Papiro, pues me embarcaba en la publicación impresa de volúmenes con todo el gasto que eso significa.

Entre otros productos, los libros premiados en el concurso Memorial Mago Merlín (convocado desde La Tapadera) o la publicidad del Idiota pasaban por las máquinas de Javier Lucas Papiro. Gracias a aquellas conversaciones con Javier Lucas Papiro aprendí infinidad de detalles que a menudo escapan a la comprensión de un autor: tipos y gramajes de papel, tipografías, encuadernaciones… ¡qué sé yo! Una inmensidad de árboles que muchas veces me impedían ver el bosque.

Javier Lucas Papiro tenía cierto arte embaucador (comprensible mayormente para quien alguna vez se haya quedado extasiado ante el funcionamiento de una impresora offset, por ejemplo), pero no timador o tahúr, sino entusiasmado con su propio trabajo hasta convencer a los demás de la conveniencia de embarcarse en una empresa compartida con él.

Hasta tal punto que llegó a estar en un tris de llevarme al huerto, haciendo comunes los gastos de una nave industrial con la que ampliar su negocio… o ir hombro con hombro en alguno de sus descabellados y megalómanos proyectos.

Por suerte conseguí salir indemne, habiendo compartido SÓLO unas cuantas experiencias: encuadernando libros de madrugada o haciendo maratonianas sesiones de fotocopias… o imprimir no sé cuántas cosas… Le llegaban solicitudes desde allende la meseta porque tenía buenos contactos y trabajaba bien de precio: esto le permitía sobrevivir, aunque lejos de su mujer (vivía dando clases en no recuerdo qué ciudad relativamente cercana)… algo que a mí me hacía sospechar si no era precisamente esto lo que mantenía vivo su matrimonio.

La banda sonora de estos mis pensamientos no era otra que el terco ritmo del traqueteo de las máquinas de la imprenta Papiro, tan semejante a la conversación de Javier Lucas Papiro que yo me sentía tentado a escribir un tratado sobre el paralelismo entre el funcionamiento del cerebro humano y el entorno laboral del que se rodea a diario.

 


 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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