Pablo

FUELLE

 

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Pablo FUELLE no parecía estudiante de Derecho, como tampoco voluntario de aquella asociación donde la prostitución prostitutoria del servicio militar al que yo había objetado que mi conciencia no me permitía: la HINCA. Tan sumergida en compromiso social bajo la pátina pija de una asociación yankee regentada por gentecillas con algún remordimiento clasista que pretendía atenuar las desigualdades sociales. Pablo FUELLE más bien parecía un tipo normal, semiprogre, que a saber cómo había ido a parar a aquel rincón de la realidad. Nunca llegamos a hablar de ello, creo recordar. Estábamos más interesados en jugar al ping-pong en los ratos que nos lo permitían las tareas de la HINCA en Zarafshon. Suerte que era un chaval comprensivo cuya empatía le llevaba a compartir conmigo aquellas horas para mí inciertas: para él en cambio significaban desarrollar labores administrativas en la secretaría. O charlar sobre la realidad y la actualidad: por aquel entonces una situación harto entretenida por los trepas y ejecutivos agresivos que iban haciendo estafas con nombre de banco mientras el gobierno de turno los intervenía. Entre otras cosas también hablábamos de nuestros respectivos proyectos artísticos: Pablo FUELLE tocaba en un grupillo de ésos que tanto abundaban en la época: cuatro amigos que se juntaban de vez en cuando para tocar y en ocasiones grababan maquetas caseras que distribuían entre amigos y conocidos. Pero sin mayores pretensiones que hacer aquello que les gustaba y darse a conocer en círculos limitados, sobre todo con sentido lúdico. El de Pablo FUELLE no era un grupo malo, El beneficio de la duda, aunque en aquella época sólo existía la posibilidad de las maquetas y esperar la suerte para darse a conocer cuando no se tenían padrinos. No era el caso de Pablo FUELLE ni sus compañeros de grupo, así que estaba estudiando Derecho por aquello de buscarse el futuro más allá de las aficiones y pasiones que le reconcomían el alma. Mientras que lo mío era tantear y tontear con la literatura… que como puede comprobarse en estas líneas, continúa ocurriendo casi 30 años más tarde.

Transcurrían inmensas las mañanas las horas pasaban tan lentas como insulsas en mi condena a aquellos trabajos que el Estado pretendía imponerme como forzados, que se hacían más llevaderas gracias a Pablo FUELLE y algún que otro elemento heterodoxo y heterogéneo de los que por allí circulaban.

Por si esto fuera poco, Pablo FUELLE también tuvo a bien presentarme a lo que entonces era una mera curiosidad, pero que con el tiempo se convertiría para mí en mucho más: el vídeo-juego Civilization. Poco imaginaba el querido Pablo FUELLE que aquello iba a durar unos cuantos años en la trastienda de mi cerebro y otros muchos anegados por una ludopatía capaz de hacer temblar relaciones humanas y carreras universitarias… cuando no más cosas.

Pablo FUELLE era tan buen jugador de ping-pong como conversador o músico: un tipo afable con el que pasar el rato, sin duda. A todo ello se añadía que yo en aquella oficina ejercía igual que un funcionario de trinchera, pero suspendido de empleo y sueldo; mis obligaciones con la patria me habían llevado hasta allí como mal menor: una finta legal con la que librarme del ejército, que siempre me ha provocado alergia metafísica.

Así, entre música y vídeo-juegos, sudando por el deporte y charlando por la política, se me fueron pasando los meses de mi condena. A Pablo FUELLE no volví a verle después, por supuesto: mi vida cambió tanto que no la podría reconocer yo mismo tras aquella estancia en Zarafshon. Menos aún conservar una relación que no era de amistad, aunque sí de camaradería. De su grupo no volví a saber nada, desaparecería entre las obligaciones laborales y académicas de sus componentes, que poco a poco irían creciendo hasta adentrarse en una madurez que en el caso de Pablo FUELLE, para su desgracia, poco tendría que ver con la música, seguramente. No sé ni siquiera si su grupo musical llegó a celebrar algún concierto, porque jamás llegué a contemplarlo en vivo. Lo que es absolutamente real es la compañía que llegó a significar para mí aquella música, banda sonora de una época de mi vida, entre el sol que penetraba alegre por las ventanas y el viento típico de Zarafshon, que de tanto en tanto soplaba inmisericorde poniendo patas arriba el cerebro de todos los habitantes.

A Pablo FUELLE le imagino aprobando unas oposiciones cualesquiera, de medio pelo, con lo que podría ir hacia adelante en la vida, sin mayores aspiraciones. Tarareando involuntariamente, como al descuido, alguna de las canciones que en su día había ensayado. Y quién sabe si, como yo, evocando con una sonrisa aquellas charlas –a veces por la calle– con las que poníamos a prueba cada uno su ingenio con el objetivo de provocar carcajada ajena. Si Pablo FUELLE se quedó a vivir en la música fue feliz, sin duda.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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