Señora Marta

   

Samarcanda

´74

´99

 961

             

 

Cuando la conocí, allá por el ’74, la Señora Marta encarnaba el carácter de la matrona, entendida sobre todo como la figura femenina que alberga en su seno todo cuanto tenga que ver con la supervivencia: tanto la del individuo particular como la especie humana en general.

Esto, tan ancestral como italiano en su esencia, en la Señora Marta se traducía en una figura grande, con senos prominentes y culo sobresaliente: más bien gorda, pero no de forma ridícula sino englobante, como alguien capaz de albergar en su seno. Algo que hacía con su familia, pues era ella quien llevaba la carga: el peso del bar Javi recaía en la Señora Marta. Sus tapas, raciones y otros elementos gastronómicamente atractivos eran los reclamos que hacían del bar Javi algo irresistible.

Luego estaba el asunto del alcohol y el juego, sí… pero eran elementos secundarios que atraían únicamente a los hombres. En cambio, aquellas tortillas antológicas, los callos, las jetas, la ensaladilla rusa en formato de palomas… así hasta una infinidad de variedades de tapas que llenaban la barra en exposición permanente y tentadora. A las que los clientes se lanzaban sin dudarlo; tan ávidos como seguros de la insuperable calidad de unos productos a los que precedía su fama. En cambio, decía, todo aquello acababa en los estómagos de machos y hembras, niños y ancianos… el auditorio de semejante sinfonía de sabores (valga la sinestesia) era tan inagotable como insaciable.

Ya conocía de sobra la Señora Marta cuáles eran sus poderes, así que los ejercitaba un montón de horas cada día, con un éxito indiscutible. A veces, durante mis innúmeras visitas a sus hijos tras la barra, la Señora Marta y yo intercambiábamos impresiones… siempre se mostraba simpática y comprensiva, además de tener un gesto de confianza que otorgaba seguridad; su sonrisa también poseía un matiz ladino que daba a entender algo más allá de su carácter, como indicando que no se agotaba en su papel de madre, cocinera y esposa. La verdad es que su carácter me resultaba admirable por ser capaz de soportar todo aquello cada día; aunque alguna vez se le escaparan cachetes que iban a parar a los cogotes de Satur MOPA o Jesús MOPA, con la reconvención correspondiente, por lo general estaba armada de infinita paciencia.

Durante los últimos años en los que vi a la Señora Marta, perdió muchos kilos: no sé si por recomendación de sus médicos o como consecuencia de alguna dolencia que la acechaba, pero en cualquier caso aquello dejaba ver claramente que tras la figura clásica, que ella se complacía en representar por lo que significaba de confianza hacia el público y hacia la vida, también había una persona. Puede que escondida o disfrazada obligatoriamente por las circunstancias que la vida le había ido imponiendo… entre otras cosas, sus orígenes pueblerino y analfabeto condicionaron sobremanera su personalidad, sin duda alguna. Seguro que en otro entorno, otra época u otra cultura, la Señora Marta habría sido totalmente diferente. Pero esto es como no decir nada, puesto que podría ser aplicado a cualquier persona en cualquier momento y lugar… y también sería cierto.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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