Ana

Disco

Samarcanda

´82

´92

 501

             

 

Le apodaban “la carnicería” porque sus paredes estaban revestidas con azulejos blancos brillantes, al estilo de los lugares destinados al sacrificio de reses. Más bien sería un matadero estrictamente hablando, pero también se jugaba con el hecho de que, al igual que en Ana, era la decoración de los sitios en los que no se mataba, pero se vendía carne.

La metáfora está clara, el simbolismo diáfano: Ana podía ser una discoteca, pero lo cierto es que lo que allí se ventilaba era el comercio de carne humana… en el sentido más sexual de la palabra, claro está. Pero no era lugar de prostitución, sino de encuentros y ligoteos. Un ambiente propicio para marcar territorio entre copas y coreografías, desarrollar bailes rituales y poner en funcionamiento todo el ceremonial que los humanos reservan para las ocasiones de este tipo.

Puede que la planta principal de Ana no tuviera esa decoración[1] y fuese más bien de colores oscuros. Realmente esto era lo de menos, porque la verdadera importancia residía en lo que allí se comerciaba cada fin de semana: un montón de gente, música y copas en una mezcla endemoniada… sólo soportable entre aquella iluminación azul y roja: con los reflejos regalados por los azulejos blancos de las paredes, rebotando contra ellas entre decibelios que hacían casi imposible toda comunicación que no llevara incorporado el roce.

La música era buena y se bailaba con facilidad y alegría, aunque el ambiente pecara un poco de frugal y chabacano, con algo de influencia pueblerina. Pero invitaba a participar de la fiebre colectiva: yo mismo me recuerdo bailando, charlando, bebiendo, totalmente integrado en aquel ambiente… que visto desde fuera bien podía haberse calificado de apocalíptico.

Era el cuartel general públicamente declarado de Araceli GORGORITO[2], una estudiante de Medicina cuya vida oscilaba entre las borracheras en Ana y las resacas de arrepentimiento en su casa: nada saludable, como tampoco lo eran las dosis de nicotina con las que solía consumirse a todas horas. Araceli GORGORITO era consciente de todo esto, por lo cual puedo decir con toda seguridad que su perfil era el de la típica víctima de Ana. No podía sustraerse al influjo de un universo que arrastraba su voluntad hasta ese abismo que se llama juventud. Pero, ¿qué hacer, cómo luchar contra esa fuerza? No puedo responder, puesto que yo mismo sucumbí en ocasiones: desde el ’83 en que conocí Ana de oídas, caí en sus redes con alguna frecuencia.

Por suerte sólo fueron casos aislados, alguna vez incluso inconscientes o desesperados: como la ocasión en la que volviendo hacia casa[3]… una desconocida me abordó en una plaza cercana, junto al Lombardo, preguntándome dónde estaba Ana. Como me venía de paso, la acompañé incluso hasta el interior. Una vez allí la perdí de vista[4], lo que me llevó a preguntarme qué hacía yo allí… Me largué de inmediato al no encontrar respuesta. Pero aquello formaba parte del juego de Ana: habitaba en una nebulosa incierta que atraía cuerpos a la deriva.

Algo así como una representación de la Vía láctea en versión maracandesa que a mí, no sé por qué, me hacía recordar de forma recurrente las pintadas que durante años habitaron paredes de Samarcanda… eran las que decían de forma tan sencilla como aplastante o decidida: “20 al Ana.




[1] No lo recuerdo, siempre estuve en ella de paso, provisionalmente y poco atento, camino hacia o desde el sótano.

[2] La hermana de mayor de Sabrina GORGORITO, ambas conocidas vía Bukhara.

[3] Ya borracho y de retirada… bélicamente hablando.

[4] O me perdió ella, con esquinazo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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