Campo

Pub

 

Samarcanda

´83

´93

274

             

 

El Campo fue uno de los lugares pioneros en el asunto de la zona maracandesa por antonomasia, ésa que vino a relevar generacionalmente a la insulsez de los ’70 en las noches de Samarcanda.

No estaba propiamente en la arteria principal, sino a la vuelta de la esquina… y allí sigue. Pertenecía a ese mítico grupo que supone el conjunto de bares que te obligan a bajar unas escaleras para poder entrar, con lo que esto tiene de metafórico: de descenso a los infiernos.

En otras palabras: si bajabas al Campo ya sabías a qué atenerte. Puede que fuera la primera o la segunda vez que entraba yo en aquel bar durante la mítica noche del 5 de diciembre del ’85… había una fiesta que animaba a unirse al grupo de celebrantes: yo tenía un par de papeletas con las que invitaban a la segunda consumición, así que la excusa era perfecta.

Allá que bajamos Pablo CIEGOS, Araceli BÍGARO y yo… sin imaginar que el rito iniciático me hacía abandonar la adolescencia definitivamente.

Para hacer honor al nombre, el Campo tenía una decoración al estilo de estética vaquera, desenfadada: paredes encaladas, algún cierre de madera y puertas por el estilo. Pero a nosotros tres aquello nos daba igual: nos resultaban suficientes el calor musical y algo de ánimo etílico. Lo cierto era la comunicación, el encuentro de almas gemelas que compartíamos algo más que los pupitres en la Facultad de Filosofía… estaban los sueños, los fantasmas, los anhelos y la forma de interpretar la realidad. Nosotros tres compartíamos todo eso y el mundo se nos quedaba pequeño: la noche con más motivo. Y por histórica, aquella continuó fuera del Campo, es cierto: pero allí fue donde se inflamó, donde prendió la mecha. Si se quiere, lo demás vino por añadidura.

El Campo era un templo, de eso no había ninguna duda. Más allá del mistela con hostia, que era el deneí del lugar, estaban: la buena calidad de la música, el ambiente festivo que se respiraba continuamente[1] y ante todo la impresión de que vivir era realmente una fiesta… al menos mientras estabas en el Campo.

De los infinitos momentos en su interior, además de la noche ya mencionada, recuerdo sobre todo una velada a cuatro: Joaquín Pilla Yeska, Benita Morena (a la que él pretendía), Marielle MENOS y yo. Con la falta de habilidad que me caracteriza en los asuntos de ligoteo, me puse a hablar con Marielle MENOS sobre religión, porque ella era una creyente convencida: con eso conseguí arruinar toda posibilidad de romanticismo… mi cabeza mandaba sobre el resto de las partes de mi cuerpo. La noche, claro, acabó sin sexo. Pero pasó a la pequeña historia de aquel rollo veraniego que duró un par de años sin llegar a mayores.

A partir de entonces Marielle MENOS dejaba volar su imaginación cada vez que como aquella noche la canción Losing my religion de R.E.M. llenaba la atmósfera. Y sonaba sin parar, como un aldabonazo para mis potencialidades, que no supe gestionar optimizando una comunicación que la vida me pedía a gritos y yo dejé pasar sin saber muy bien por qué.

Zambullirme en el ambiente ambarino y verde del Campo me trasladaba a una especie de paraíso prenatal, inocente e iconoclasta: como los mistelas que degustaba mientras indagaba sobre mis incapacidades para salir de un cascarón tan tentador.




[1] Gracias en parte a los estudiantes extranjeros, que paulatinamente, con el paso de los años fueron haciendo de él uno de sus cuarteles generales, una vez pasada la primera fiebre progre.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta