El garaje

  Cafetería

 

Samarcanda

´95

´98

301

             

 

La pretensión que se llevaba a cabo en El garaje era encauzar aficiones individuales, reconducir una energía que fluía cotidiana: inquietudes literarias fuera de los circuitos oficiales[1]. Creo recordar que las sesiones eran un par de veces a la semana: martes y jueves, probablemente.

Lo importante del asunto es que poseía una continuidad ya conocida en Samarcanda. Carecía del supuesto pedigree de las instituciones y por tanto no tenía más deuda que la derivada de su propia autenticidad.

Debido a las características físicas de El garaje, la actividad se podía llevar a cabo sin mayores dificultades. La mayor parte de las veces consistía en un sencillo cuentacuentos, que a finales de los ’90 estaban bastante de moda. Alguien elegía un relato y lo contaba en voz alta: generalmente, profesionales del teatro. En algunas ocasiones también había tertulia literaria: esto ya significaba un poco más de intelectualidad y mirada de ombligo, pero por lo que recuerdo el asunto era sobre todo de narraciones. Dejaban en el público un buen sabor de boca, por ser una manera distinta, más cercana, de hacer cultura cotidiana… sin encopetar, fuera de los mecanismos inventados para conducir las inquietudes por un redil excesivamente controlado y políticamente correcto.

El garaje ponía el espacio físico para poder llevar a cabo el asunto… por lo que sé, sin mayor beneficio económico que el renombre y la afluencia de clientela. Es decir, las consumiciones que pudiera llegar a hacer la concurrencia. Como generalmente la gente acudía en parejas o grupos, tras el cuentacuentos se presentaba una tarde amigable, de charla distendida entre infusiones y cafés. Aunque las ganancias económicas no las imagino excesivas[2], la animación se apropiaba de El garaje llegando en algunos ratos a rozar el lleno. Y eso que no era un local pequeño, ni mucho menos.

Para entrar había que subir un par de peldaños, lo que elevaba espiritualmente a la concurrencia, acercándola más al cielo y alejándola de la mera materia. Enseguida, entrando en el alma del bar: color anaranjado de ladrillo entre cristal y metal, animación a raudales y música acompañando el aroma del café, siempre tan amable.

Dentro de El garaje reinaba por lo general un ambiente cálido y acogedor. Aunque sólo estuve un par de veces durante las sesiones de cuentos, resultaba una gran tentación para zambullir el ánimo en aquella agradable atmósfera. Era algo así como la traducción artística de las faldillas y la mesa camilla, la actualización de esa sensación tan hogareña y tradicional.

Pero había algo más que resultaba hasta cierto punto incompatible con mi forma de ser: probablemente el hecho de reducir la literatura a una costumbre inofensiva para la hora del café, robarle la capacidad de rehacer el Universo entero… Relegarla a mero pasatiempo de sobremesa, a entretenimiento.

El problema era mío, claro, era un problema de ambiciones existenciales. El garaje era un sitio idóneo, me gustaba y lo hacía muy bien… llevaba a cabo su labor a la perfección. Pero a mí se me quedaba pequeño, sin pretender con eso hacerle de menos. Digamos que estaba en otra esfera, se movía en una dimensión diferente a la mía. Para mí esto era causa de cierta tristeza, por sentir que en otros tiempos quizás me habría entusiasmado… pero que probablemente mi incipiente vejez me impedía estar a su altura. ¿Llegó tarde El garaje o fui yo quien se retrasó en la vida?




[1] Ayunta-miento, UdeS

[2] Porque este tipo de productos no deja mayor margen comercial, como pude comprobar en el Idiota en su día.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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