El maquinista

Disco

 

Samarcanda

´90

´91

431

             

 

Se necesitaba coche para llegar, porque era una especie de delegación que había abierto la mentalidad maracandesa con intenciones de llegar a la masa de forma total. Era el Fin de siglo en versión comercial, vamos. Es cierto que la masa de la clientela era de pueblerinos, pues estaba a unos kilómetros de distancia de Samarcanda, pero eso quedaba en un segundo plano: Anselmo Fin de siglo había decidido buscar la riqueza por este lado.

Convencido de estar predestinado para ella, buscó unos socios y montó el chiringuito llamado El maquinista. Geográficamente se encontraba en un pueblo relativamente cercano a Samarcanda y por ese motivo pensaban contar con clientela de los pueblos de los alrededores, pero también exportar la de la capital.

El sitio era impresionante en cuanto a las medidas y el acabado, su puesta en escena. El maquinista era una macro-discoteca, enfocada y preparada para las fiestas de fin de semana de los ’90… El asunto movía mucha pasta. Sin duda éste y no otro era el motivo para que Anselmo Fin de siglo pusiera de su parte todo cuanto estaba a su alcance: con el fin de conseguir éxito en la empresa.

Pero las teorías de los hechos, los planteamientos y cálculos previos a dar el salto en una iniciativa como esta… siempre se quedan cortos en algún sentido. Por ejemplo, no contaron con los asuntos de mafias, ni la competencia empresarial de los pueblos cercanos… El conjunto de imprevistos llevó las cosas por unos derroteros preocupantes y violentos. Broncas en El maquinista, sabotajes que incluyeron algún incendio, amenazas… Lo cierto es que las juergas que se montaban allí eran descomunales: en cuanto a cantidad de gente, despliegue de medios, aportaciones musicales y animaciones de grupo… En otras palabras, eran fines de semana memorables: tanto que alguna vez nos animamos a ir en grupo escapando de la monotonía maracandesa.

Joaquín Pilla Yeska con el coche que tuviera disponible y carretera. Teniendo en cuenta las condiciones en las que iba y volvía este conductor, aquella excursión nocturna resultaba un riesgo indiscutible.

Uno de los días yo hacía el papel de copiloto volviendo desde El maquinista hacia Samarcanda. En un momento determinado, mientras íbamos charlando y escuchábamos tangos, miré a Joaquín Pilla Yeska para comprobar si se encontraba bien. Imagino que debió de decir algo que me hizo sospechar lo contrario. Comprobé con horror que tenía los ojos cerrados mientras conducía. Presa del pánico, le pregunté qué hacía… “Sólo cierro el ojo derecho, porque si no… veo doble la carretera” –me contestó. Decididamente no sabría decir cuál de las dos cosas era más preocupante…

Otra de las ocasiones que hicimos aquella pintoresca excursión… se trataba sólo de una forma de huir de la ciudad. Habíamos estado cerca de un parquecito urbano, donde encontramos un contenedor[1] cuya basura lo desbordaba. Una de las mierdas que sobresalía era un cartón de ésos que albergan las botellas de cava… Seguramente serían fechas navideñas, no lo recuerdo bien: para Joaquín Pilla Yeska y sus aficiones pirómanas, perfecto.

Un poco de fuego al cartón y salimos por patas, con destino a El maquinista… para cuando volvimos a Samarcanda tres o cuatro horas más tarde, ya ni lo recordábamos. Pero la inmensa columna de humo negro que se alzaba entre el azul aún mortecino del incipiente amanecer podía visualizarse desde kilómetros de distancia…

Entramos en Samarcanda y nos dirigimos hacia el origen del humo. Efectivamente, no era otro que el contenedor, aunque ya reducido a una masa informe de plásticos en la que sólo se podía distinguir una de sus ruedas… La gamberrada había sido todo un éxito, por lo que nuestras carcajadas llenaron el habitáculo del coche.

El maquinista era un establecimiento que ya desde el nombre tenía vocación grandilocuente[2] y probablemente murió de éxito. No sé qué ocurriría para que finalmente se cerrara, aunque resulta fácil de imaginar. Una mezcla de mala gestión, problemas con la mafiosa competencia y algún que otro asunto mezclado con sustancias volátiles.

Lo cierto es que poco tiempo después el sueño desapareció. Dejando a Anselmo Fin de siglo con una frustración considerable, habida cuenta de su jerarquía de prioridades. Seguramente de aquel episodio nació en su mentalidad la posibilidad de buscar alguna alternativa menos honrada para enriquecerse.

El maquinista era un sitio acogedor dentro de la masificación. Sus luces amarillas y verdosas, la buena música y el ambiente festivo que reinaba siempre allí… auguraban un futuro más brillante del que tuvo.

Así son con frecuencia las injusticias de la vida: tan inesperadas como inevitables. Podría decirse que El maquinista fue flor de un día, pero mientras funcionó consiguió repartir alegría nocturna. Hasta el punto de ser una tentación que me motivó a recorrer alguna vez aquel camino hacia el purgatorio.




[1] De los grandes.

[2] Inspirado en Buster Keaton.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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