La esquina de la salsa

Pub

 

Kagan

´92

´96

308

             

 

Un par de escalones descendentes y ya estabas dentro de aquel territorio particular y cálido. Efectivamente, haciendo honor al nombre, era un lugar dedicado al ritmo en medio de la estepa saharaui. Una manera positiva de recordarle a ese pueblo lo que por costumbre o desidia tenía arrinconado. Alejado como está de la vida cotidiana más genuina.

Para esa positividad estaba la risa sincera de Camilo FRANCO detrás de las copas. En realidad, tras la barra. La esquina de la salsa era como la versión Mr. Hyde del 23/L. Si en éste había luz del sol y tapas para alegrar los ojos y el estómago… en La esquina de la salsa había una iluminación ambarina que recordaba las noches en el malecón de La Habana. De alguna manera intuitiva emulaba el ambiente de los cubanos compartiendo el ron frente al mar. Cuando ya se ha retirado el sol. Ese cambio del calor natural por el calor humano en una especie de botellón espontáneo y pleno de camaradería.

No me preguntéis cómo… pero allí, en La esquina de la salsa, Camilo FRANCO había conseguido un microclima que hacía olvidar lo inhóspito de Kagan, que es mucho. Penetrar en La esquina de la salsa era zambullirse en una piscina de cordialidad y confidencias. Al más puro estilo del pub como lugar de esparcimiento para el espíritu.

Incluso los colores visualmente dominantes en La esquina de la salsa, que eran el verde-azulado y un negro que recordaba al ébano, complementaban a la perfección su iluminación. Hasta convertir el pub en una atmósfera que encajaba a la perfección con la música optimista, vitalista, que llenaba la atmósfera cada noche.

Allí se charlaba como puede hacerse en casa de un amigo. Claro que había que pagar las copas, pero parecía un precio tan ridículo a cambio de tener disponible aquella excepción de paraíso… que incluso se pagaba con gusto. Además de que Camilo FRANCO también invitaba complacido, entre risas y conversaciones que hacían olvidar temporalmente que al día siguiente volvería a funcionar la vida cruda desde primera hora de la mañana. Con su estulticia de horarios establecidos previamente, lejos del alma humana… Pero hasta que llegara ese momento de lo previsto, de las antípodas del espíritu cubano: estábamos en condiciones de disfrutar de la noche y los amigos entre copas, ocurrencias… y risas.

Ante todo buen rollo, casi como una excepción en el páramo. ¿Qué harían mientras tanto todos los pobladores de aquel pueblucho infecto que amenazaba cada mañana con el eterno retorno? Pues francamente, nos resultaba indiferente… Aunque unas horas más tarde tuviéramos que sufrir las consecuencias de vida cuadriculada que se empeñaba en invadir cada rincón… excepto La esquina de la salsa. Allí funcionaba todo de otra manera, se regía por parámetros y habitaba dimensiones que al resto del mundo se le escapaban.

Una noche Camilo FRANCO me invitó a tomar un chupito especial, algo así como un “licor de marineros”. Una botella pequeña y oscura con la etiqueta anaranjada, cuyo contenido era de un marrón amenazante. Parecía más bien un tónico o una medicina. Puede que fuera ron, no lo recuerdo exactamente. El olor resultaba apetitoso y sobre el papel aparecía la ilustración de un tipo con una gorra en la etiqueta, dibujado de perfil… Camilo FRANCO sirvió un chupito en vaso bajo, pequeño, sin hielo. El mejunje crudo, puro y duro. Bueno, visto así era un líquido como otro cualquiera ¿no? Le acercó la llama del mechero y el chupito empezó a arder alegremente, así, a temperatura ambiente. No recuerdo cuántos grados tenía, pero era cercano a los míticos 96 del alcohol de toda la vida. Razón de más para animarse. Quizás curase todas las heridas del corazón. El matiz del sabor recordaba lejanamente al regaliz, pero lo más importante: era un trampolín para el alma.

Tras tomar aquel chupito compartimos un horizonte, un paisaje, un paraíso… Iba mucho más allá de las dimensiones físicas o de la complicidad de una madrugada. Era un abrazo que se dieran los espíritus cuando ya no importa el cuerpo. Aquél sí que era un rincón en el que la salsa aderezaba la vida hasta hacer de ella una comida. Tan cubana como exótica, tan amiga como desconocida. Sólo intuida, pero siempre intuida…

 

 

Sonido

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