Hipopótamo

Cafetería

 

Samarcanda

´89

´97

282

             

 

Uno de esos bares carentes de personalidad, que están ahí sin ninguna vocación, para cubrir el expediente. Con la única finalidad de ganar dinero. Estratégicamente colocado para servir como apoyo a todo el flujo de personas aficionadas al cine. El Hipopótamo servía como referencia para tomar un café antes de entrar en alguno de los cines Van Damme… Aunque también podía ser lugar de encuentro a la salida, por aquello de la tertulia sobre la película recién vista.

Poco a poco el Hipopótamo fue conquistando franja horaria, de manera que finalmente se convirtió en punto de encuentro para las cañas o los cafés fuera del asunto cinematográfico. Su versatilidad lo permitía. Sólo era un local marronáceo, decorado principalmente con madera y algo acolchado. Asientos para hacer más cómodo el rato de las charlas. Pero acogedor sólo materialmente, porque el espíritu del Hipopótamo era un poco arisco.

Imagino que este tipo de perfil también contribuye a atraer determinadas características en los camareros. Por lo general eran tipos fríos, profesionales sin implicación con la clientela. Amables, pero sin excederse. Lo justo para no parecer hostiles. Más que nada el Hipopótamo era un lugar de paso y por tanto algo desalmado. Con esa vocación que se califica normalmente como no casarse con nadie. Quedabas allí porque el nombre era lo suficientemente recordable como para no tener que dar explicaciones. Todo el mundo sabía aproximadamente dónde se encontraba.

Digamos que el Hipopótamo era sin más lo que podría denominarse un bar de trámite. Quizá por eso, por aséptico y hasta cierto punto indiferente, fuera el sitio elegido por aquel individuo. Para llevar a cabo un ritual que estigmatizó para siempre el Hipopótamo, que quedó eternamente unido a aquel acontecimiento, como una maldición.

Tan sencillo como esto: el tío se metió en el baño del bar y se pegó un tiro en la cabeza. Suicidio en lugar público. Por supuesto, aquello se convirtió durante días en la comidilla y los cotilleos de muchos sitios de Samarcanda allá por el ’92. Principalmente en los bares de la zona.

La sensación era que lo había hecho en el Hipopótamo como podía haber dejado los sesos desparramados por cualquier otro bar de las proximidades. Eso, lógicamente, llenaba de inquietud a lugares y clientela. Justo igual que cuando toca la lotería en un bar, pero a la inversa… En negativo.

Todo el mundo estaba convencido de que había sido algo aleatorio, caprichoso. En fin, nada podía averiguarse ya porque no se podía interrogar al protagonista. De ahí la incertidumbre. Al parecer, el tipo tenía alguna variante de personalidad torturada y problemática. Incapaz de controlarla, decidió tirar por la calle del medio.

Según me contó al poco tiempo Dolores BABÁ, aquel suicida había sido el mismo individuo que unos meses antes llevó a cabo un chapucero intento de violación-sin-erección contra ella, en el portal de su casa[1]. Aprovechando la oscuridad y lo propicio del lugar.

Aquello cerraba el círculo en términos geográficos. Pero sólo aportaba el dato de que el protagonista había sido alguien atormentado, incapaz de relacionarse normalmente con las personas. Tan inquietante como amenazante, pues dicho perfil no sólo es peligroso para sí mismo. También constituye un peligro social.

La decisión de quitarse de enmedio había resuelto el problema en cierto sentido, pero a cambio le colgó al Hipopótamo un sambenito irreversible.



[1] Por otra parte, próximo al Hipopótamo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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