Joya

Bar

 

Samarcanda

´87

´99

284

             

 

Daba igual lo que pidieras, la respuesta del camarero del Joya siempre era la misma: “¡Eso está hecho!”. Con una amabilidad servicial e inmediata, el hombre corría raudo a poner a tu alcance aquello que acabara de pronunciar tu boca.

Complemento ideal de ese camarero era su mujer, en el sumiso papel de cocinera que a veces también servía[1]. El ambiente humilde, de barrio trabajador, se veía iluminado por la actitud dispuesta de ambos. Contribuían a que el rato del alterne fuera más llevadero… que se olvidara el fondo real de la vida. El reparto de papeles en la sociedad, explotadores y explotados, pasaba a un segundo plano.

Allí sólo importaba un blanco con gas y un morro rebozado. Durante algún tiempo el Joya fue parada de los vinos y las charlas que compartimos Minerva GOMA y yo allá por el ’87. Sin embargo, al salir del Joya te invadía una especie de resignación involuntaria hacia el status de las cosas, de la cruda sociedad llenando la calle.

A pesar del ambiente amable, había algo que no encajaba. Al fondo del alma quedaba un resquemor inexplicable. Invitaba a gritar a los cuatro vientos que salir de aquel oasis llamado Joya era si cabe peor que no haber entrado nunca.

Un prurito metafísico que incitaba a arengar a la Humanidad entera para que empezase a hacer la revolución ya mismo. Finalmente todo había cambiado para seguir igual. Los reflejos del vino emulaban el brillo del diamante… pero sólo eso.




[1] Sólo si la ocasión lo requería.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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