Doña hamburguesa

Bar

Samarcanda

´85

´97

288

             

 

No era necesario ser un gran gourmet para hacer frente a aquel objetivo, tan sencillo como falto de ambición: ser un punto de comida rápida en la zona. Principalmente para abastecer las necesidades de la clientela de los cines Van Damme, geográficamente cercanos… O del personal que dedicaba los ratos de ocio al alterne por aquellos territorios: diestros en cañas y tapas, pero no tanto en el asunto de la mesa con mantel.

Y no era otro el objetivo de Doña hamburguesa: con aquella denominación a caballo entre la elegancia y el diminutivo se aseguraba quedar retenido fácilmente en la memoria de la clientela. Además de hacer una referencia subliminal al universo simpático del cariño facilón, aunque algo bobo.

El cerebro que había tras la idea de Doña hamburguesa se encarnaba en un cuerpo bajito y regordete, lo que inevitablemente llevaba al cliente a identificar al dueño con el nombre del garito… “Bueno” –debía de pensar él– “aunque algo cutre, no deja de ser respetuoso que me traten de Don”. No creo que fuera la idea en un principio, pero tampoco debió de disgustarle con el paso del tiempo.

Si creemos en la reencarnación, podemos concluir que aquel hombrecito era la transmigración del alma que en su día debió de ocupar[1] el cuerpo de un perrito caliente. Éste y no otro era el ambiente que se respiraba dentro del establecimiento que llevaba el nombre de Doña hamburguesa.

Dicho todo lo anterior, puede inferirse sin mayor dificultad que la calidad y la exigencia gastronómica no eran el centro de interés del local. En otras palabras, allí se asumía lo de comer como un trámite imprescindible para sobrevivir: una cuestión puramente burocrática. Lejos de ser, como pueda ocurrir en otros paisajes, el centro de concienzudas tareas e inmensas preocupaciones. Ése era un trabajo que Doña hamburguesa dejaba para restaurantes con mayúsculas.

En Doña hamburguesa se comía como pensando en otra cosa. Con la cabeza lejos de lo inmediato, de lo que en ese momento estaba tocando el cuerpo: aunque las preocupaciones pudieran ser peregrinas y básicas.

De hecho, una de las veces que Araceli BÍGARO y Jesús Manuel LAGO estuvieron comiendo allí… resultó que nuestro amigo el rechoncho[2] estuvo haciendo maniobras de acercamiento con afanes lujuriosos hacia Araceli BÍGARO. Nada que superase el umbral de lo puramente anecdótico, pero significativo.

Me lo contaron como una curiosidad de pareja, algo casi divertido aunque patético. Al poco tiempo, durante una de mis noches de inspiración descontrolada… estuve dedicado un buen rato a hacer pintadas, repartiendo anarquía por las conciencias de mi barrio gracias a las paredes… Aquella noche el rotulador en mis manos era una especie de bomba de relojería cuya metralla estallaba en letras negras.

A la puerta del Doña hamburguesa recordé la anécdota tal y como ellos me la habían contado. Incluso con la ironía que utilizaron al narrármela. A saber por qué mi memoria se había quedado con ella. La pintada decía así: “DOÑA HAMBURGUESA… ¿CALIENTE?”. Se quedó allí una buena temporada… al fin y al cabo resultaba hasta jocosa para el dueño, supongo.

Poco tiempo después nuestro héroe amplió el negocio hasta el local contiguo, ahora dedicándose a las pizzas para complementar el menú. Las veces que cené allí me resultaron bastante insípidas: si no, quizás mi imaginación se habría empleado a fondo para buscar un juego de palabras… pero esta vez, con la pizza.




[1] No hace muchas eternidades.

[2] Poseía una innegable vocación de viejo verde.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta