Karaoke

Pub

 

Samarcanda

´86

´93

416

             

 

Su extraña entrada: entre espejos de color sepia que con la oscuridad aportaban reflejos de oro con recuerdos de plata… y escaleras un poco encajonadas, daba la sensación de estar descendiendo a un refugio, pero no nuclear. Más bien al intento de encontrar el lugar donde poner a descansar un espíritu maltrecho por los innumerables castigos del desierto cotidiano, siempre excesivos.

Entonces, en aquella época, no era el Karaoke, pero no recuerdo su nombre. Puede que tuviese algo que ver con los coches, no sé, Rolls o algo similar, aunque quizá sí que estuviera empezando a combinar este estilo cantarín con el tradicional del bar de copas…

El Karaoke era oscuro y tranquilo, eso sí. Allí quedábamos con frecuencia Joaquín Pilla Yeska y yo para tomar alguna cerveza… pero también para charlar y ante todo jugar alguna partida en la máquina del Tetris. Acababa de ponerse de moda, así que le calculo el año ’88 más o menos. Nos dábamos unas palizas de horas ante la maquinita, que tenía la virtud de mantener nuestra atención… Tanto si jugaba uno como si lo hacía el otro. Al tiempo que permitía concentrarse en la conversación. Una buena manera de rentabilizar el cerebro masculino, dándole trabajo por partida doble.

A veces la reunión estaba abierta a más gente, porque Joaquín Pilla Yeska venía con su novia de entonces, Nadia Ref. Joaquín Pilla Yeska. En otras ocasiones quien se apuntaba era Valentín Hermano, fácil de convencer para cualquier asunto que tuviera que ver con la priva. Incluso en la última época también aparecía Cecilio Dalton, con o sin su ligue Alejandra Ref. Cecilio Dalton.

El caso es que por unas u otras compañías, por unos u otros motivos, las veladas en el Karaoke eran reuniones distendidas y alegres. Los ratos se iban en un vuelo, trayendo de la mano muy a nuestro pesar la hora de marcharnos. Muchas veces acabábamos prolongando fuera de allí la sesión de cervezas o copas, yendo hacia el Fin de siglo… o más lejos, a nuestra zona preferida del Anillos o el Plátanos… Otras, en cambio, decidíamos recogernos a los domicilios respectivos para evitar consecuencias que indefectiblemente terminaban en resaca.

Como el Karaoke era un sitio en el que quedábamos más bien por la tarde, la excusa perfecta para plegar alas era la hora de la cena. Así yo conseguía que la velada no fuera a mayores, con el inconveniente que supondría lo contrario: pérdida de salud, dinero y tiempo, principalmente. A pesar de ser una dedicación que en absoluto me suponía sacrificio alguno.

En ocasiones incluso llegué a ver alguna de las películas de vídeo que proyectaban en el Karaoke para la clientela. No creo ni que llegara a terminar de verla, sobre todo por la calidad de la misma y la impaciencia que nos consumía por dentro. Ansiosos como estábamos de otras experiencias en vivo, más acá del celuloide.

Pero el Karaoke tenía ante todo la virtud de mantenerme despierto. Principalmente con el Tetris, gracias al que aguzaba unos sentidos que el alcohol se empeñaba en anestesiarme. Sin duda era un poco contradictorio jugar así con el cerebro, pero el ambiente resultaba lo suficientemente divertido… ¡como para ponerse a pensar en cosas negativas!

Así, entre los sofás oscuros y las luces blanquecinas del bar, se iban escurriendo los minutos sin mayor remordimiento. El Karaoke no era lugar de culto ni uno de mis sitios favoritos, pero se dejaba estar, complaciente. Esto muchas veces ya resultaba suficiente para mi alma atormentada… que para no enfrentarse consigo misma, se iba poniendo estas pequeñas trampas.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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