Osiris

Bar

 

Samarcanda

´83

´95

182

             

 

Por las tardes parecía una cafetería al uso, aunque tendía a llenar sus infinitas mesas con parejas o grupitos que compartían café y charla… a veces también morreos o algún otro juego de mesa clásico… Incluso el Trivial, que empezaba a ponerse de moda: sólo había que pedirlo en la barra y el entretenimiento estaba garantizado durante horas.

El Osiris aprovechaba su cercanía con los cines Van Damme para albergar cañas y copas, antes o después de las películas. Pero cuando sacaba a relucir su verdadera personalidad era en el ambiente nocturno. La pantalla gigante[1] en la que proyectaban películas rayanas en la “indecencia”, para ir caldeando así un ambiente que llenaba la atmósfera de magreos.

El rostro macilento y de barba tupida que ostentaba Nico Osiris, el regentador, brillaba ladinamente cuando pasaba junto a él su chica[2], su antítesis… como avergonzando una mirada fingidamente pudorosa.

Entre aquel ambiente ambarino se deslizaban las intenciones de infinitos anhelos. El Osiris era acogedor y permisivo, además de estar cerca de mi casa. Motivos más que suficientes para frecuentarlo junto a Seco Moco, muy proclive a esos ambientes… una tendencia que ni siquiera pretendía reprimir.

Allí tuvimos infinidad de tertulias sobre política, religión, mujeres y tantas otras cosas de las que no se podía hablar por las ondas de la radioafición. Aquellas paredes nos vieron trasegar una tras otra infinidad de copas de bourbon Four roses mientras arreglábamos el mundo en inacabables charlas. De tantas y tantas veladas sólo permanecen en mi memoria retazos deshilachados: unos momentos de aprendizaje para la vida en semejante escuela, tan lejana de pizarras y Facultades[3].

Lo más emblemático que ha quedado asociado al Osiris en mi memoria… ha sido una noche del ’86, porque Seco Moco y yo la pasamos allí. Habíamos quedado para celebrar en el Osiris el resultado del referéndum sobre la OTAN. Nos prometíamos una histórica noche de farra pacifista, pero el jarro de agua fría que supuso el resultado nos quitó todas las ganas de fiesta que teníamos.

Parecía imposible que el hervidero social de aquel Uzbekistán acabase dando una afirmación bovina al vendedor de humo que había demostrado ser el presidente del gobierno. Sin embargo, los datos a lo largo de la noche fueron confirmando el resultado. Allí mismo, cumpliendo la promesa tantas veces repetida, Seco Moco pidió una tijera y se fue al baño. Cuando volvió, había sido fiel a su palabra de quitarse por completo el bigote en caso de que ganara el SÍ a la OTAN.

Sin duda aquella experiencia para mí resultó una gran lección de antropología. Aquella noche traspasé una frontera tan amarga como verdadera. Irreversible: perdí la inocencia política.

El Osiris tenía nombre del dios egipcio de la resurrección, pero no hizo honor a la simbología. A partir de entonces fueron en picado tantas cosas…

Poco después, uno de los días que fui por allí a tomar café, Nico Osiris me preguntó por Seco Moco. Al parecer había dejado una pella, una deuda que no estaba dispuesto a pagar. Me lo explicó después el propio Seco Moco, añadiendo que por eso había desaparecido. Aquel día yo no sabía nada… pero durante los sucesivos, por si acaso me tocaba la pedrea, poco a poco dejé de frecuentar el Osiris.

Sólo años más tarde, acompañado de Dolores BABÁ, volví a pasar por allí en ocasiones: Nico Osiris aún me recordaba y me miraba de reojo, de forma atravesada… por eso mismo yo tendía a frecuentar otros lugares.




[1] Tenerla en esa época era todo un mérito.

[2] Ojos azules, piel blanca y voluptuosos volúmenes.

[3] Aunque más de una mañana, sobre los pupitres de la Facultad de Filosofía, viera tambalearse la realidad por los vapores de un bourbon que aún no había ido a dormir.

 

 

Sonido

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