Caragato   Samarcanda ´85 ´91 747
             

 

La Caragato era una punki de carita blanca y ojos azul claro, que destacaban más aún entre los aderezos negros típicos de cualquier indumentaria propia de aquella tribu urbana. Además solía pintarse la raya de los ojos también de color azabache, por no hablar del pelo negro que siempre llevaba.

Quizá porque en aquel entorno facial destacaba más su mirada penetrante, le había quedado el mote… aunque también puede que fuera una especie de equívoco orgullo por tener una mirada tan vacía como la de los mininos. Sólo que ellos no son culpables de ser animales, mientras que la Caragato parecía ser una especie de militante del vacío, orgullosa de la Nada.

Poseía un magnetismo indiscutible, de ésos que hacen volver la mirada a su paso… pero no por el físico, que era algo bajita y sus formas no resultaban insinuantes al ir ocultas bajo la vestimenta, bajo ese atuendo asexuado o antisexual propio del movimiento punk. Aunque ¡quién sabe! precisamente por incitar a la indiferencia quizás acababa provocando lo contrario… al menos ante los ojos hambrientos que pululaban errabundos por la noche maracandesa, cual era mi caso: siempre buscando una belleza que no se reducía a lo físico, pero intentaba acceder al paraíso desde el cuerpo.

En fin, que circular por aquellas mazmorras del castillo repleto de fantasmas que era la Samarcanda de los ’80 y los ’90, tenía casi garantizado el encuentro visual con el rostro de la Caragato, otra variante de alma en pena arrastrando –nunca mejor dicho– sus cadenas. Pero nada más, ¿una conversación con ella? Jamás. A pesar de que teníamos amigos y conocidos comunes como Eugenio LEJÍA, que era uno de la pandilla que solía frecuentar la Caragato.

Bueno, ella estaba en un rollo que nada tenía que ver con el mío: más que nada porque el mío no tenía que ver con nadie, sino que era imprevisible como un experimento constante, sin objetivo ni planificación alguna.

Durante una de mis múltiples noches de descontrol (especialmente desesperada y alcoholizada, por cierto) pasó por mi imaginación la posibilidad de que yo le cayera en gracia lo suficiente como para darme un beso… y se lo comenté, más que nada como experimento. Para ver qué tenía de cierto la estadística que circulaba por Radio Macuto, según la cual intentarlo con imprevisión contaba con un 20% de éxito.

Pero no: la Caragato se limitó a mirarme con desprecio punk y contestarme algún improperio que ni siquiera recuerdo… otro trofeo más para mi lista inagotable de muescas en la culata. Nada nuevo, nada grave.

Sólo quedaba el asunto de seguir encontrándome fortuitamente con ella los días posteriores, la vergüenza por el episodio… cuando se lo conté a Eugenio LEJÍA, rió ampliamente con sus típicas carcajadas, tan llenas de sorna como de complicidad. “¡Bah!, no pasa nada. Casi hasta has tenido suerte, porque es una tía muy tonta… Además, tiene las tetas blandas, pfff… una filfa”.

Me consoló medianamente, porque para mí aquél no resultaba un detalle negativo ni lo contrario… lo de las tetas, quiero decir. En cuanto a lo tonta, puede que tuviese razón. La imagino ahora, 30 años más tarde, convertida en una madre conservadora, de generosas ubres con las que amamantar y adoctrinar a su decadente descendencia.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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