Radio 3

Tashkent

´87

600

             

 

A continuación utilizaré un episodio históricamente comprobable, aunque pertenezca a la Historia reciente de un país diferente: no es Uzbekistán, pero bien podría serlo. Más que nada, por el carácter universal y metafórico de los hechos.

Pretendieron vestirlo con otro ropaje… sin embargo aquello era simple y llanamente una mierda. Desde las instituciones pretendidamente progresistas dominadas desde hacía ya unos añitos por aquellos trogloditas con apariencia de politicastros, se vendió con el disfraz de la modernización y todas las zarandajas al uso. Como si la Historia completa hubiera que revisarla a través de su prisma miope y reduccionista, al más puro estilo de Orwell en 1984.

Personalmente yo no era muy seguidor del asunto de la radio como medio de comunicación, a pesar de que en aquella época significó un gran empuje para actualizar un país anclado en infinidad de tics y costumbres casi medievales. Poco a poco, sin embargo, había ido siendo domesticada por las infinitas armas al servicio de los llamados poderes fácticos.

Pero había un reducto en el que se atrincheraban las mentalidades más resistentes a la supuesta normalización pretendida por el nuevo régimen[1]. Dicha uniformidad en los contenidos y la presentación era incumplida sistemáticamente por quienes pretendían que la libertad no pasara de largo en el mundo de la radiodifusión.

Este grupo de defensores de la libertad informativa, militantes de la cultura, se llamaba Radio 3. Sus integrantes eran plenamente conscientes de lo que se estaba jugando allí en aquellos momentos. Eliminar la capacidad crítica significaría sin duda la desaparición de las libertades informativa y de expresión. No de Derecho, pero sí de hecho. Tal y como se había ido haciendo soterrada y paulatinamente en toda la radio, tanto pública como privada: en ésta aún más.

El paso del tiempo ha venido a darles la razón amargamente, porque 40 años después vemos cómo ha quedado el panorama tras aquellas políticas represoras y uniformadoras. Como si el paisaje hubiera sido arrasado por un huracán, la actualidad es la más absoluta de las estepas.

Queda el reducto proporcionado por las nuevas tecnologías. Gracias a Internet y las novedosas concepciones de la comunicación, la obra de aquellos neofascistas ha quedado en papel mojado. Aunque haya calado hondo en la sociedad, su pretensión monolítica y monopolística de la comunicación se ha diluido… pero en el intento consiguieron desmembrar todo un tejido de periodismo serio y comprometido necesario para la sanidad mental[2] de una sociedad que desde entonces ha ido perdiendo cada vez más calidad, además del Norte. Abrazada a subproductos deleznables de mentalidades marujiles cuyos nombres prefiero obviar, pero que encabezan las listas de éxitos en la audiencia.

En este sentido sí que fueron efectivas todas aquellas políticas represivas. Desactivar la conciencia social cuantitativamente, puesto que los oyentes tendieron al conformismo con los sustitutos, olvidando poco a poco los originales. ¡La vaguería humana! ¡Vivan las cadenas!

Probablemente sería en torno al ’87-’88 cuando se llevó a cabo la tropelía de esquilmar Radio 3, acabando definitivamente con el escaso poder de autocrítica que le quedaba a la radio pública. La privada hacía ya tiempo que estaba perdida para toda causa noble, por definición siempre en manos de los buitres.

Desde que desapareció Radio 3 sólo oigo Radio 2. Volver a la música clásica como quien se reconcilia con los ancestros, que siempre esperan, de forma incontrovertible. Salir del autobús de la moda para montar en el tren clásico.

Después el desierto, la Nada. Me costaría enumerar los programas que desaparecieron o peor aún, continuaron con la misma cáscara, variando por completo el contenido… Una estafa siguiendo las sacrosantas directrices que se dictaban desde arriba ¡como si así pudieran engañar a alguien que no fuera su propia conciencia!

Baste citar como emblemático y sintomático un programa que sin duda ha pasado a la Historia por combinar la sabiduría con la capacidad contestataria de la contracultura. La demostración científica de que sólo cuestionando al poder y sus infinitos tentáculos, persiste la libertad. Algo que no es fácil y requiere esfuerzo cotidiano. Con imaginación puede hacerse incluso de manera divertida. Es la cultura como algo creativo, como bildung.

El programa era Rosa de Sanatorio. Aún hoy lo echo de menos cada día. Sin duda, aquel poder político mal entendido y analfabeto cortó en seco nuestra rosa azul de la cultura.


 

[1] Una supuesta socialdemocracia que más bien era una subnormalización.

[2] A día de hoy puede comprobarse, precisamente por su ausencia.

 

 

Sonido

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