¡Qué bello es vivir!

   

Samarcanda

´86

´87

598

             

 

Léase con la siguiente música de fondo

Aram Khachaturian: Masquerade

(suite de la música incidental)

 

 

Quien conozca la película de Frank Capra que lleva este mismo título, ya tiene una pista de cómo discurrirá la narración que sigue. Corría el inicio del curso ’86-’87 cuando tuvieron lugar los acontecimientos que dieron lugar a este episodio.

Durante el curso dos años anterior, el ’84-’85, tomé la decisión de cambiarme de estudios. Trasladé mi expediente desde la Facultad de Derecho a la de Filosofía. Para mi futuro inmediato esto tenía una consecuencia directa sin que yo lo supiera en su día. Por una razón bien sencilla: yo disfrutaba de una beca de matrícula gratuita motivada por “escasez de recursos”. Sin mayor contenido, porque yo residía en el domicilio familiar.

Pero el hecho de no tener que pagar la matrícula ya suponía el desahogo suficiente para la maltrecha economía de mi familia. Pues –sin yo saberlo– a efectos de beca el cambio de carrera era equivalente a repetir curso: así de sencillo.

Esto no se contabilizaba al año inmediatamente posterior, porque los plazos no permitían que se pudiera actualizar la información tan rápido. De ahí que mi matrícula en Primero de Filosofía el ’85-’86 no tuviera ningún contratiempo y la gravedad del asunto se presentase de forma cruda e irrecurrible cuando yo estaba empezando Segundo. Aproximadamente en octubre del ’86.

El asunto era doblemente grave: suponía de un lado un año perdido si no podía pagar la matrícula; pero por otra parte, más drástico aún, estaba el asunto del servicio militar. La puta mili para la que yo iba pidiendo prórrogas por estudios. En la confianza de que mientras tanto se fuera clarificando el turbio asunto de la obligatoriedad, ya entonces en entredicho.

En otras palabras: quedarme sin beca significaba que además tendría que enfrentarme al Ejército[1], lo que me colocaba en una posición ciertamente problemática. Sobre la posible resolución económica de mi problema, nada que hacer. Mi familia sobrevivía a duras penas, porque a la situación de Valentín Padre[2] se unían la de Paquita Madre[3], la de Valentín Hermano[4] y la de Marilyn Hermana[5].

Así pues, desde el punto de vista doméstico aquello no había por dónde agarrarlo. En mi casa se llegó a la conclusión de que una mezcla de fatalidad e imprevisión habían llevado la situación a aquel lugar insostenible. La única solución les parecía claudicar y obrar en consecuencia, convirtiéndome cuando menos en un proscrito… si no una lacra para la sociedad.

Evidentemente era mi cuello el que estaba en juego, pero nunca he sabido enfrentar este tipo de situaciones de adversidad económica. No sabía cómo salir del embrollo, estaba a un paso de la resignación. Para aquella situación insostenible y que caducaba por momentos[6] hubo una luz inesperada: la solidaridad desinteresada de mis compañeros de clase.

Araceli BÍGARO y Pablo CIEGOS, los dos vértices de mi triángulo filosófico y vital del momento, habían emprendido una iniciativa a mis espaldas, pero sólo me la comunicaron cuando ya estaba conseguido el objetivo. Fueron hablando uno por uno con todos los compañeros de clase. Pidiéndoles a cada uno una pequeña parte del dinero final que yo tenía que pagar, como préstamo. El montante a día de hoy parece irrisorio. Mi destino estaba en la cuerda floja por lo que hoy serían 210 €. Pero de esto hace 40 años, todo ha cambiado sobremanera.

Como en la película de Capra, todos o casi todos fueron poniendo, aportando su contribución grande o pequeña para que yo me salvara de la quema. Finalmente Araceli BÍGARO y Pablo CIEGOS consiguieron recaudar el total y en el momento de comunicarme la resolución del asunto, me hicieron entrega de una pasta que yo inmediatamente consigné en la UdeS.

Me comprometí a devolvérselo a todos en cuanto pudiera. Con calma y uno por uno. Como James Stewart en la película, sentí que tenía una gran fortuna: estar rodeado de gente inmensamente generosa más allá del dinero. Es cierto que sus aportaciones fueron pequeñas, alrededor de 15 € por cabeza. Pero el conjunto permitió algo que no me duelen prendas en calificar como milagro.

Si hoy soy algo más que un amargado, renegado de la vida y alienado en un trabajo de mierda que no me gusta ni me satisface… sólo es gracias a ellos. No tiene precio semejante generosidad, que desborda cualquier adjetivo imaginable.

Pablo CIEGOS y Araceli BÍGARO demostraron en aquella ocasión el poder de los sentimientos nobles, más allá de cualquier interés. No sólo fue un modelo para mí o nuestra promoción, sino que resulta digno para ejemplificar cualquier enciclopedia sobre Ética.

Ellos ya imaginaban que probablemente llegaría un día del futuro en el que estaríamos completamente distanciados, como de hecho ha ocurrido. Son las leyes de la vida aplicadas a la juventud, pero no por eso resultan válidas en su interpretación egoísta.

Para mí el mundo se derrumbaba y lo hacía en ese momento. El futuro, paradójicamente, no importaba.

En mi conciencia guardo el resquemor de no habérselo agradecido lo suficiente. Es cierto que si el caso hubiera sido al revés yo habría actuado de la misma forma que ellos: altruista y desinteresadamente. Pero esta hipótesis no desmerece en absoluto el hecho.

No podrán ponerlo en su currículum vitae por indemostrable y sin valor para esta sociedad pacata, pero ellos dos[7] tienen un tesoro en la trastienda. Pasaron los meses, pasó el curso del ’86-’87, con las movilizaciones y la revolución universitaria en la que estuvimos inmersos, casi sin pretenderlo… pero sin querer evitarlo.

Durante aquellos meses fui poco a poco devolviendo la deuda con una alegría difícilmente expresable. Muchos de ellos, necesitados tanto o más que yo, recogieron un dinero precioso. No por lo que era, sino por las puertas que les abría.

Otros, generosos más allá, quisieron perdonarme la deuda. No se lo permití, porque a quienes así reaccionaron se lo devolví pagándoles copas hasta hacer justicia equitativa. Gente como Adán Jazz o Marcial AMUELA, que no querían saber nada del dinero. Pero les hice ver que aquello ya no era dinero, sino una cuestión de principios. Los suyos, que por sagrados merecían un sacrificio más allá de la materia.

Una comunión de espíritu en esa dimensión inexplicable nos permite la reconciliación con el género humano y el Cosmos. Pese a todo lo que la Humanidad demuestra a diario.

En el fondo de todo el asunto, a quienes nos vimos inmersos en aquel episodio nos late un prurito. La conclusión de la película ¡Qué bello es vivir! nos sigue pareciendo, seguro, de una base filantrópica deleznable por ser contraria a la experiencia de la realidad.

Pero aquella excepción, la suya: resulta una burbuja de limpidez en el descarnado Universo, en la estepa de lobos que es el mundo real.

Jamás podré agradecerles suficientemente a todos su resolución al rescatarme del abismo que se me venía encima. Especialmente a Araceli BÍGARO y Pablo CIEGOS, autores de la iniciativa. No hemos vuelto a tener contacto desde hace años, pero seguimos bailando en esa dimensión espiritual que no tiene nombre por inclasificable.

Bailamos por encima del tiempo y las convenciones sociales. Flotamos en el universo de una estética que les debe infinitamente lo más limpio del ser humano.


 

[1] Con el que, de forma innegociable, yo no pensaba colaborar poniéndome el uniforme. Así pues, como objetor de conciencia convencido, mi libertad también estaba en entredicho.

[2] En el paro sin prestación.

[3] Cabeza de familia efectiva, pero con cierta confusión de prioridades.

[4] Estudiando en Tashkent: sólo gastos, ningún ingreso.

[5] Terminando el Bachillerato en nocturno y con la decisión absoluta de dejar su trabajo de dependienta, que la enajenaba por encima de cualquier otra necesidad ajena.

[6] Era sólo cuestión de días hacer efectivo el pago.

[7] Y de rebote toda la clase, la promoción completa.

 

 

 

 

Sonido

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