Maraño

   

Mûynoq

´88

 

607

             

 

Resultaba una demostración indiscutible de los atropellos que empezaban a convertirse en costumbre. Desde su mayoría absoluta del ’82, el partido en el poder se dedicaba a imponer un concepto de Uzbekistán que olía a chamusquina… además lo hacía en todos los planos posibles de la realidad, algo que desterraba cualquier posible casualidad. Más bien pegaba un tufo a neoliberalismo indecente. Mezcla de cultura del pelotazo, biutiful pipol y arribismo disfrazado de reivindicación izquierdosa.

No es necesario hacer un catálogo de sucesos nefastos ya de sobra conocidos. Se han convertido en parte de la lamentable historia más reciente… Un ejemplo de la época era el asunto de Maraño. Lo que tantas veces se le había reprochado a dictadores anteriores, ahora había sido integrado como una parte más de las herramientas utilizadas por el nuevo césar… La inauguración de pantanos, las obras faraónicas por encima de los verdaderos intereses de la gente.

Con la excusa de que son los gobernantes quienes realmente saben qué es lo bueno para el conjunto de la sociedad… aunque ella misma no lo sepa. Esa paternalista y prepotente costumbre de tomar decisiones por el conjunto de la sociedad, en lugar de explicarle y dejar que decida.

Lo de Maraño era sencillo. Hacer un embalse y anegar un pueblo… por el beneficio superior que traería para el bien común el hecho de contar con el pantano. Hubo infinidad de protestas populares… pero una tras otra fueron cayendo en saco roto. La nuestra fue una de ellas. Aunque era tarde, pues ya se había consumado; perpetrado el atraco.

Cito la Wikipedia en 2015: “Las compensaciones tan anunciadas durante esas fechas en forma de nuevas tierras de regadíos para la comarca, en la provincia de Mûynoq y que fueron la causa de la construcción de pantano de Maraño, no han sido hasta el momento cumplidas”.

La convocatoria de entonces era sencilla y agrupaba en general a estudiantes de la UdeS de múltiples especialidades: carreras de Ciencias y Letras, era indiferente. No sé cuántos llegamos a reunirnos allí, durante la acampada de aquel fin de semana… probablemente fuéramos entre 60 y 80 personas, con la única finalidad de protestar festivamente y contemplar in situ en qué había consistido y cómo había quedado el asunto.

Unas tiendas de campaña, guitarras y ganas de fiesta. Ése era el arsenal que llenaba nuestras mochilas… ni sé quién convocaba el evento, pero eso tampoco tenía mucha importancia. El motivo del mismo y las personas que lo secundábamos era lo que realmente le confería entidad al acontecimiento.

Probablemente algún departamento de la Facultad de Biología estuviera tras ello, porque a mí me animó a asistir Andrés GHANA, directamente relacionado. Por añadidura, allí se juntó todo el grupo que se movía alrededor de los satélites de dicha Facultad. También colectivos vinculados a las movilizaciones del ’87 y todas las ramificaciones de relaciones personales que se arracimaban. Se trataba de una especie de universo: confluía por lo general en cualquier acontecimiento que proporcionara afinidad o apelara a ella.

Una explanada bien elegida y cercana al pantano era el lugar que albergaría aquella singular convivencia. Allí procedimos a aposentar las tiendas de campaña. No recuerdo exactamente quién venía conmigo, aparte de que estuviera por allí Agustina HUMOS, ya entonces pareja de Andrés GHANA… y mucha más gente conocida… Durante la tarde anterior a la velada inolvidable estuvimos paseando los tres por los alrededores.

Íbamos haciendo un turismo asaz extraño, consistente en investigar cómo había quedado finalmente la nueva versión del pueblo. Si se quiere decir así, constatando la derrota.

Técnicamente hablando el asunto había sido de lo más sencillo: expropiadas las tierras, a la gente se le habían compensado sus posesiones construyendo un pueblo nuevo en el que se les entregó una vivienda. Dicho así parece algo justo y equitativo… pero la realidad era mucho más cruda. Un auténtico drama que incluyó suicidios, desalojos por la fuerza e incluso la ocupación militar del pueblo. Lo que perdieron fue casas y tierras de toda la vida, dedicadas al cultivo o la ganadería… que fueron anegadas por el proyecto.

A cambio, las mentes preclaras habían diseñado y construido un espantajo de colores chillones que no era otra cosa que una urbanización disfrazada torpemente de pueblo, al que habían llamado Nuevo Maraño… Allí adjudicaron viviendas a los expropiados, condenándoles a una supuesta nueva vida que no era otra cosa que una ratonera. Se vieron obligados a sustituir una vida tradicional de comunidad con la Naturaleza… por la desubicación: con el disfraz de una vida urbana en medio de una Naturaleza que ahora les resultaba hostil.

Huelga decir que se multiplicaron por infinito los casos de alcoholismo y depresión… Humanamente hablando: Maraño condenado a ser sólo un engrose de estadísticas en la patología contemporánea.

Todo esto podía verse en los rostros de los paisanos mientras nuestro paseo contemplaba la realidad del panorama… Con mi natural torpeza, paseando entre desmontes y canchales, sufrí un esguince. No sé por qué extraño motivo el dolor me provocaba risa… pero una risa amarga y solitaria, cercana al solipsismo. Charlábamos mientras regresábamos al improvisado campamento entre sombrías carcajadas, tan imprevisibles como el dolor mismo.

La cena fue una fiesta amistosa. Un jolgorio que pretendía compensar aquel episodio lúgubre de Maraño, lamentable y digno de compasión… que hoy ya sólo es Historia. Podían contemplarse aún algunos restos de la ignominia en el paisaje. La antigua carretera hundiéndose en el agua, sus líneas blancas que se perdían en la oscuridad del abismo… ¿acaso no era eso una metáfora perfecta del crimen que allí se había cometido?

De poco servirían las voces posmodernas que seguro le encumbrarían, argumentando que no era un camino que se hundía, sino una carretera que salía… dándole la vuelta a un argumento incontestable con argucias impresentables: las que tienen siempre en la manga los demagogos al servicio de un poder que como mínimo huele a cuerno quemado.

Las tinieblas a ras de suelo se adueñaban del camino que siempre había llevado hasta Maraño… por mucho que pintaran de mil colores las fachadas de Nuevo Maraño: emulando las famosas cuentas de colores del siglo XVI.

Sin embargo aquella noche, a pesar de estar rodeados de semejantes tinieblas, no nos venció el desánimo. Frente a una inmensa hoguera de guiños anaranjados que combatían esa oscuridad… cantamos y reímos, jugamos y charlamos durante toda la noche. Para mantenerla viva, de vez en cuando íbamos a buscar leña que la alimentara… En una de ésas, arrastrando un tronco inmenso que más tarde cortaríamos, caí al suelo con el árbol encima.

No me sucedió nada. Por fortuna la suerte había estado de mi parte. Si la casualidad hubiera querido que alguna rama estuviera en el lugar nefasto y adecuado… me habría atravesado el corazón. Al estilo clásico, tal como se utilizan las estacas contra los vampiros. Pero no fue así. La inocente fiesta continuó hasta que paulatinamente se adueñó de nosotros el cansancio.

Fui uno de los últimos en retirarse, eso sí, porque conservaba la esperanza de haber llegado a conectar con alguna ninfulilla de las que por allí circularon. Por ejemplo, la hermana de Lázaro Uchquduq… una de esas pedagogas pizpiretas y resultonas que me tentaban desde la hipotética lujuria de un colectivo supuestamente promiscuo… Algo que sin duda sólo estaba en mi imaginación calenturienta de filósofo en potencia… o más bien en impotencia.

Al día siguiente nos retiramos de Maraño y volvimos a la civilización. A la costumbre de lo académico y lo urbano… dejando en Maraño una parte de nuestro pasado. De un futuro que nunca podría ser.

Años más tarde, por una de esas casualidades de la vida, sería el ’94… pasé por aquel pantano haciendo una excursión improvisada. Dolores BABÁ y yo íbamos camino de algún sitio indeterminado… Contemplábamos absortos una carretera tan nueva como llena de baches, de asfalto deteriorado. Sin duda, resultado de los daños colaterales. Algún amigo de los poderosos se había forrado asfaltando aquello con mierda de ínfima calidad y cobrándolo a precio de oro.

Algo desvió nuestra atención. Una inmensa nube de pájaros… detuvimos el coche e investigamos la procedencia. Allí cerca, en un claro del monte, una vaca muerta rodeada de buitres. Estaba siendo el festín de los carroñeros. Por ahí tengo la foto, luego los cuento… fácilmente eran cincuenta.

Carreteras sin sustancia y carreteras para ahogados. Infinitos buitres alrededor del ganado.

Nos acercamos al cadáver y emprendieron el vuelo. De la vaca sólo quedaba medio cuerpo y el rostro desencajado. Sin duda era el punto final que la realidad venía a traerme… Una metáfora diáfana de lo que había sido en conjunto el asunto de Maraño.

[…]

Tras escribir y describir todo lo anterior, salgo a ventilar un rato mi organismo. Que no se anquilose entre recuerdos y ritmo contemporáneo de sedentarismo. Al pasar por un callejón contemplo a un anciano vagabundo que duerme estirado sobre un banco… Jamás le había visto ahí, ni en parte alguna.

Olvidado de todos intenta una vida quizá tan torturada como aislada. Mientras continúo corriendo, pienso en la carga metafórica que tiene su presencia. Precisamente ahí, precisamente hoy… quizá sea la imagen perfecta que venga a completar lo que ha sido Maraño. A la vuelta de mi carrera, me inunda el temor de que no esté durmiendo, sino agonizando… incluso puede que ya haya muerto.


 

 

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