José César

Desfalquen

Samarcanda

´94

´99

401

           

 

El retrato de un mecenas de finales del siglo XX llevaría la cara de José César Desfalquen. Resultaba un tipo entretenido y alegre, además de realista. Una de esas personas que tienen el don de hacernos bajar de las nubes al mundo real, pero sin carga trágica. Algo mecánico, casi inevitable. Por eso resultaba fácil charlar con José César Desfalquen. Era divertido y aleccionador ver cómo una persona normal podía ser empresario… o al revés.

Su perfil es lo que ahora se llamaría el de un emprendedor. Durante los años ’80 se dedicó a comercializar música pirateada, que vendía en el Rastro de la época. Cintas de cassette que duplicaba a lo largo de la semana para llevarlas el domingo al puesto correspondiente. Según contaba, en la época dorada del asunto llegó a hacer un pedido de cintas vírgenes a la fábrica por valor de lo que hoy serían 6.000 €. Todo esto, además, burlando la legalidad vigente.

Gracias a los réditos de aquella época había conseguido levantar una tienda de informática que iba viento en popa[1], gracias a la que colaboraba a finales de los ’90 con La Tapadera.

Entré en contacto con José César Desfalquen gracias a su hermano Pedro COME, uno de mis compañeros docentes en Angren. Después Pedro COME siguió en el asunto de las interinidades, pero yo me retiré a una excedencia artística con forma de asociación cultural: La Tapadera.

Gracias a José César Desfalquen y su colaboración desinteresada, desde La Tapadera pudimos llevar adelante infinidad de actividades que después se ampliaron al Idiota. Para cualquiera de las infinitas cuestiones técnicas necesarias, José César Desfalquen siempre estaba dispuesto y accesible. Como mecenas y como espónsor, pero anclado en el mundo real.

Recuerdo una conversación en La Tapadera, entre José César Desfalquen y Joel AFAMADO, sobre cómo influir en la realidad. Qué partido tomar y posibilidades de éxito. Allí estaban las dos posturas posibles contrapuestas, irreconciliables. Por un lado el teórico, hiperprotegido: Joel AFAMADO, niño pijo que quiere cambiar el mundo desde los parámetros irreales que habitan su cabeza. De otro lado, el práctico: José César Desfalquen, acostumbrado a la lucha real, que sabe cómo es la jungla cotidiana, sin parapetos.

Allí con mucho buen humor quedó claro que desencanto y realismo son sinónimos. La utopía es bonita precisamente por pertenecer al mundo de la teoría, pues en cuanto baja al ruedo se convierte en mezquinos intereses humanos, en trabajo.

José César Desfalquen recorría Samarcanda con su cochazo repleto de pegatinas de vinilo (debidamente aseguradas), autoanunciándose. Era el exhibicionismo de quien se ha hecho a sí mismo.




[1] En la medida que puede ser rentable un trabajo honrado.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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