Marielle

MENOS

 

Francia

´87

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508

             

 

Me lo pedía el cuerpo, sí… quizá precisamente por eso no se lo di. ¿Quién era el cuerpo para exigirme a mí un débito carnal, aunque fuera con aquella criatura tan angelical y vaporosa? A Marielle MENOS la había conocido de rebote. Joaquín Pilla Yeska quería ligarse a su prima Benita Morena… como iban juntas a todas partes, yo era el complemento perfecto. Así que el asunto empezó como una obligación, más bien el favor a un colega.

Un par de noches de marcha y enseguida conectamos Marielle MENOS y yo. A pesar de nuestras diferencias, que las había. Pero la tarea de ir de copas, salir de marcha, escuchar música, patear la veraniega noche maracandesa… eclipsaba lo demás. Marielle MENOS era una chica agradable, de trato dulce…

Aunque no era nada despampanante, poseía esa belleza cautivadora que suele asociarse al espíritu francés en su versión femenina. Le fallaba un poco el asunto de la conversación, quizá por el idioma. Aunque de padre uzbeko Marielle MENOS era nacida en Francia, así que tenía acento y maneras afrancesadas… dulce como un anissette.

Disfrutábamos de aquel primer verano en que nos conocimos… probablemente sería el del ’90… Recuerdo haber charlado con Marielle MENOS sobre teología en el Campo, mientras tomábamos un vino. Ella era creyente, así que enseguida encontramos un tema de conversación inagotable. Sólo tuve que dejarme llevar por la vena iconoclasta. Me propuse abrirle los ojos… No sé, puede que si Marielle MENOS hubiera renegado de sus creencias hubiésemos acabado siendo pareja.

Lo cierto es que se hizo fuerte en su posición, defendiendo a ultranza su faceta religiosa… aunque quizá sólo fuera para dar conversación. Transcurrían las noches y antes de que pudiéramos apercibirnos del asunto, ya estábamos dándonos el lote por los garitos. Aprovechando cualquier excusa, cualquier rincón para el morreo.

De aquellos ratos inolvidables quedó una canción que Marielle MENOS cantaba cuando miraba cómplice a su prima Benita Morena, si sonaba en algún bar. Era Losing my religion, de R.E.M. en una velada pero evidente referencia a nuestras conversaciones sobre el tema.

Por lo general las noches discurrían entre nosotros de una manera suave, aunque algunas veces tortuosa… como en cierta ocasión, esperando en la puerta de la oficina de Joaquín Pilla Yeska… Era de noche, él había subido con Benita Morena. Marielle MENOS y yo permanecíamos en el coche. Casi por tantear el panorama empecé a meterle mano para evaluar su respuesta… Aquello se fue caldeando y finalmente acabé masturbándola sin pudor. Sus gemidos de placer prometían y pedían un episodio más carnal, más implicado, de intercambio de flujos… pero el momento y el lugar no lo permitían. Al poco rato volvieron Joaquín Pilla Yeska y Benita Morena… nos marchamos y aquella cuenta pendiente entre Marielle MENOS y yo… quedó sin saldar para los restos.

Las noches continuaron. Muchas veces, incluso por la tarde, Marielle MENOS y yo quedábamos para charlar y tomar algún café clarificador en la paz que otorga la ausencia de alcohol en el cuerpo. Ella miraba y escuchaba a la gente que llenaba los bares. Me comentaba sorprendida que los uzbekos siempre estaban hablando. “¿Qué se dirán?” –se interrogaba perpleja.

A cualquier hora, sin embargo, su mirada poseía un matiz incitador. Marielle MENOS, insinuante, me provocaba como sólo saben hacerlo las francesas. Para su desgracia, no respondí como sólo saben hacerlo los latinos[1].

Pasaron los días, pasó el verano… con cartas para mantener el hilo conductor de la distancia. Al verano siguiente Marielle MENOS regresó a Samarcanda… quizás con la esperanza de retomar nuestro asunto volvimos a quedar, volvimos a vernos. Noches de descontrol, encuentros que no lo eran. Resultaba evidente que yo no sabía enfocar mi relación con Marielle MENOS hacia algún extremo clarificador. Noches en el Ka, entre la vegetación oscura e insinuante… que no pasaron de morreos y metidas de mano. Quizás Marielle MENOS esperaba el momento de mi decisión definitiva, que yo diera un paso inequívoco… no lo sé. Aquel verano también terminó.

Pasaron los meses… nos seguimos carteando. Marielle MENOS decía que le gustaban mis palabras. Muchas veces impregnadas de su ausencia. En cierta ocasión incluso le envié un trapo lleno de pintura, con el que limpiaba los pinceles en la Facultad de Bellas Artes… quizás fue la última vez que nos comunicamos, esto ya era el ’93.

Antes había estado el episodio crucial definitivo. Durante mi viaje a Berlín, en el ’91. Como un embrión incluido en aquel viaje (o en el regreso) se encontraba la posibilidad de visitar a Marielle MENOS: pura posibilidad. Aquella chica podía convertirse en cualquier momento en una explosión que hiciera añicos mi vida entera, cuya onda expansiva podría haber llegado hasta el día de hoy.

Mi impotencia fue su desaparición definitiva de mi vida, perderle la pista. Dejó una parte de mi yo[2] congelado como la estatua que espera a Godot, imposible y atractivo como un miriágono.

Durante aquella excursión del ’91, entre las telarañas de la memoria está la imposibilidad de llegar a su domicilio… Andrés GHANA y yo preguntábamos con frecuencia en Francia a quienes se nos ponían a tiro, con la sensación de que estábamos cerca y el sitio era accesible… Pero simultáneamente imbuidos de una pesadumbre o un fatalismo semejante a los del espermatozoide que pretende entrar en un óvulo cerrado a cal y canto. Como si se le hubiese adelantado otro. Estuvimos a sólo 3 km. de aquel domicilio, sin saberlo. Hay un paralelismo entre esa sensación y una situación concreta que vivimos durante el viaje de vuelta, el del auto-stop.

Una de las personas que nos llevó amablemente un trecho dentro de Francia nos dejó fuera de la autovía. Lejos de un área de servicio o un peaje, nos quedamos en un pueblo pequeño sin saber cómo regresar a la vía principal. Entramos en un bar y preguntamos cómo volver. Un grupo de lugareños jóvenes nos dio las indicaciones, pero estábamos a varios kilómetros de distancia. Sentados a la mesa del bar, mientras una chica nos daba ánimos… otro chico que había con ellos nos decía que no había problema por ir caminando. Mientras tanto, giraba el llavero de su coche en la mano. Finalmente recorrimos la distancia andando hasta enlazar otra vez con nuestro itinerario.

Mirado fríamente el asunto tiene una simbología bien clara… en las estrellas estaba escrito aquel encuentro, esperándome. Pero yo llegué tarde… Dejé pasar la ocasión óptima y cuando lo intenté ya había pasado mi turno.

En la ruta que hicimos ¿estaba cerca el pueblo de Marielle MENOS? Hoy Google dice que sí, a un tiro de piedra… quizá fuera mejor así, nunca se sabe. Presentarme allí puede que hubiera alterado el equilibrio de una precaria situación familiar al borde de la página de sucesos. Joaquín Pilla Yeska me decía que Benita Morena hablaba de una relación incestuosa entre Marielle MENOS y uno de sus hermanos. Quizás allí me estuviera esperando una desgracia y yo no acudí a la cita.

Pasó el tiempo, los años… No he vuelto a saber nada de ella… el episodio en mi vida quedó para mí como una especie de amputación, de carencia… cuyo único culpable fui yo mismo. Un poso repetido como una letanía se apoderaba de mi cabeza cada vez que recordaba la suavidad de los muslos de Marielle MENOS: “… entre el sol y mi corazón…”

La vida, como la muerte, siempre tan caprichosas…




[1] Y los italianos.

[2] O uno de mis mundos posibles.

 

 

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